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Dijo el por moderaos hasta seis veces, subiendo gradualmente de tono, y la última repetición debió de oírse en el puente de Toledo. El otro José estaba muy aturdido con la bárbara charla del grande hombre, el más desgraciado de los héroes y el más desconocido de los mártires.

Todo este conjunto, cerrado casi de continuo por compactas nieblas, predispone fuertemente á la melancolía. No concibo pueda reírse al pasar el puente de la Princesa. Aquel panorama oprime el alma, aquellas alturas concentran en un círculo de tristeza el espíritu, y las brumas que se corren desde las quebradas del Banajao, las da vida la fantasía, convirtiéndolas en sombríos sudarios.

Tal era el país por donde yo comenzaba mi excursion en España, la libre y activa Cataluña, al saludar las costas de Barcelona, el 30 de marzo de 1859, desde el puente del vapor «Madrid».

A más del puente de Muntingbayan son muy notables y dignos de citarse en este camino el de Isabel II, levantado sobre el río Iyam su primera piedra la puso el inolvidable Gobernador, D. José María de la O., el 15 de Marzo de 1852, y la última el 6 de Julio del siguiente año, el de Urbistondo sobre el río Malaoa y el de D. Francisco de Asís que une las altas rocas entre las que corre el pintoresco cáuce del tortuoso y agreste Domoit.

Contaba yo tomar otro baño en el foso, llevando conmigo una pequeña escala que me serviría en primer lugar para esperar con relativa comodidad, poniendo la escala contra el muro y apoyando en ella manos y pies mientras estuviese en el agua. Llegada la hora, subiría por la escala al puente y de dependería que ni Henzar ni De Gautet lo cruzasen con vida.

La noche nos sorprendió jadeantes, empapados en sudor, pero alegres y triunfantes después de dos horas de esfuerzos; y á poco rato el canto melancólico de todos los marineros, hiriendo el eco de las selvas, nos dió una nueva impresion. A las diez de la noche el puente del vapor tenia un aspecto singular.

Los primeros son el nocturno sublime de la muerte; los segundos, el bullicioso allegro de la vida. El crepúsculo vespertino, visto desde un mirador, es sumamente bello; contemplado en regiones intertropicales desde el puente de un buque, es altamente conmovedor. Ningún espectáculo produce tanta admiración como ver por primera vez la caída de la tarde en medio de las inmensas soledades del Océano.

Kernok subió con agilidad a las gavias y examinó el aparejo con la más escrupulosa atención; las averías eran numerosas, pero no inquietantes, y con la ayuda de los palos y de las vergas de recambio, comprendió que podría continuar su ruta y llegar al puerto más inmediato. Grano de Sal volvió a subir al puente, pero solo. ¡Y bien! dijo Kernok ; ¿dónde está mi mujer, animal? Capitán, es que...

De hondonada en hondonada, y caminando siempre entre una salvaje y exuberante vegetación, entre la que de trecho en trecho se elevaba alguna que otra casita, morada de sementereros ó abrigo de viajeros, llegamos á la altura del puente de la Princesa, en la que un fuerte olor á huevos podridos nos indicó la presencia en aquellas cercanías de algún manantial sulfuroso.

Como los barrios fronterizos son muy activos, contando centenares de miles de obreros, y no era posible echar un puente sobre el Támesis sin impedir la navegacion á los grandes buques, se ocurrió al puente subterráneo.