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Este profesor empieza por brionia en el tratamiento de casi todos los casos de fiebre tifoídea, á no ser que esté muy avanzada, y exija imperiosamente arsénico ó ácido fosfórico, medicamentos que considera en cierto modo como específicos en estas fiebres.

Al hablar con don Marcelo reveló inmediatamente su origen. Le había sorprendido la orden de partida estando de profesor en un colegio privado y en vísperas de casarse. Todos sus planes habían quedado deshechos. ¡Qué calamidad, señor!... ¡Qué trastorno para el mundo!... Y sin embargo, éramos muchos los que veíamos llegar la catástrofe. Forzosamente debía sobrevenir un día ú otro.

Esta paz es el verdadero fin de la guerra, que lo mesmo es decir armas que guerra. Prosupuesta, pues, esta verdad, que el fin de la guerra es la paz, y que en esto hace ventaja al fin de las letras, vengamos ahora a los trabajos del cuerpo del letrado y a los del profesor de las armas, y véase cuáles son mayores.

Es más; al principio, los enemigos lo habían tratado sin ninguna consideración, pero el mérito no puede permanecer mucho tiempo en la obscuridad, y cierto profesor alemán que había sostenido en otro tiempo correspondencia con el grande hombre sobre hallazgos arqueológicos, al saberle prisionero, consiguió trasladarlo á su ciudad, haciéndole más llevadero el cautiverio.

Era necesario que la población se persuadiese de que los dos mil francos asignados al profesor no eran enteramente perdidos.. Además convenía ir introduciendo en ella el gusto por estos refinamientos de las grandes capitales. ¿Pero con quién tener affaire en Sarrió?

Cierto día en que se celebraba el santo del director, un criado, azorado en demasía, dejó caer sobre nuestro profesor una bandeja de vasos llenos de vino tinto. Todo el mundo se preguntó: ¿En qué traje veremos a D. León mañana? Mas al día siguiente, con grande admiración y sorpresa del colegio, apareció con la misma levita, más fresca y más galana que nunca lo había sido.

El profesor Flimnap gritaba á toda voz: ¿Qué opina usted de lo que digo, gentleman? Había formulado tres veces la misma pregunta, sin obtener respuesta, y los doctores jóvenes, más revoltosos, empezaban á reir del silencio del gigante y de la confusión del conferencista.

Entonces continuó el presidente , si usted manifiesta esa opinión á mis compañeros de Consejo, como todos ellos respetan mucho su alta sabiduría, la vida del gigante queda segura. El profesor Flimnap, deseoso de ocultar la satisfacción que le producían estas palabras, se apresuró á pedir la venía de los dos altos personajes para abandonar el salón.

Hubo un murmullo de aprobación en el gabinete. El profesor de flauta apuntó tímidamente que, en efecto, él conocía la opinión de D.ª Fredesvinda hacía ya mucho tiempo.

El profesor León adquirió entre nosotros en aquel mismo punto un maravilloso prestigio, se levantó ante nuestros ojos con talla colosal y no poco se arrepintieron algunos de haberle denigrado apodándole el Camello y haciendo chacota de su levita.