United States or Indonesia ? Vote for the TOP Country of the Week !


Mi padre murió, mi madre murió también poco después, y yo, gracias al profesor, conseguí que no me dedicasen á los trabajos forzosos, como tantos otros desdichados de mi sexo. No quise ser una máquina de músculos, pero tampoco me plegué á lo que exigía de el nuevo régimen para convertirme más adelante en la esposa masculina de cualquiera de las mujeres triunfadoras.

La señora admiraba la pureza de sus costumbres tanto como sus estudios. Terminadas las clases, todavía acompañaba a algún profesor hasta su domicilio, prolongando de este modo la lección. Aquellos buenos señores, conociendo su origen, le trataban con gran afecto. Después, al volver a casa, se encerraba en su cuarto, lleno de libros.

El librero de la calle de la Industria pedía a Madrid algunas novelas de Paul de Kock por encargo de sus parroquianos, y el profesor de piano hacía análoga reclamación a los editores de música, de varias romanzas sentimentales con títulos apasionados como Vorrei morir, Tutto per te, Non posso vivere y otras de igual jaez, por empeño de sus discípulas.

Yo dominaba el teatro desde muy alto; por esta causa me consagré al sacerdocio. Yo, señorita, no soy un simple profesor, sino un sacerdote... Llevo cincuenta francos por lección; pero enseño, con los preceptos del arte, el respeto al arte.

El gigante lanzó una carcajada que hizo temblar el techo de la Galería, levantando un eco tempestuoso. Después, al serenarse, contó al profesor que muchos pueblos salvajes, allá en la tierra de los gigantes, habían seguido la misma costumbre. Es que esas pobres gentes dijo el sabio con sequedad presentían sin saberlo el triunfo de las mujeres.

Este permanecía grave, solemne, respondiendo con monosílabos y adecuados gruñidos. Digamos que Ramoncito era mucho más bajo que su maestro, no sólo moral, sino también físicamente. Cuando paseaban a pie representaban verdaderamente, el uno al sabio profesor que va dejando caer gota a gota el raudal de su ciencia; el otro al ardoroso neófito ávido de enterarse y penetrar cuanto abarca su vista.

Pero cuando pensaban ya en qué castigo deberían imponer á Flimnap y sus compañeros, los párrafos obscuros y descorazonantes del profesor hicieron resurgir su optimismo y su bondad. Una de las varias muchachas de la Guardia que curioseaban en torno del revólver se había quitado el casco para asomarse á la negra boca del cañón del arma.

Entonces se piensa con fruición hasta en las peripecias, en los horrores de un incendio repentino de la casa; en la enfermedad del profesor de Geografía, o en la prisión de la directora por mandato del Gobierno...; en fin, en todo lo que pueda ser causa de que se altere y descomponga, de cualquier modo, la máquina de aquel reló de piezas humanas.

Ambas confesaban a menudo y hacían preguntas al capellán sobre dudas muy sutiles de la conciencia, pareciéndose en esto a los estudiantes aplicaditos que acorralan al profesor a la salida de clase para que les aclare un punto difícil.

La comida del coloso daba motivo á nuevas lágrimas del profesor. Varios desalmados de los que pululan en los puertos eran los que preparaban su alimento, en una de las grandes calderas traídas de su antigua vivienda. Esta gente inquietante y zafia reemplazaba á la selecta servidumbre que había trabajado para él en la cumbre de la colina. Lo alimentaban con arreglo á su trabajo.