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Lamentó haber dejado dentro de la Galería, sobre su mesa, la lente de aumento regalo del profesor. ¿Quién es usted? preguntó el gigante . ¿Cómo se llama? ¿A qué familia pertenece?... El hombrecillo, á pesar de que estaba en las alturas, miró en torno con cierta inquietud, temiendo que alguien pudiese escucharle.

Le he amado toda mi vida decía el maestro de capilla . A me educó un fraile jerónimo, un exclaustrado viejo, que, después de abandonar el convento, corrió algo de mundo como profesor de violoncelo. Los Jerónimos fueron los grandes músicos de la Iglesia.

Quiero decir, en lenguaje vulgar, que al salir a la calle recordé que don Telesforo Rodríguez, el profesor del Seminario, me ha pedido un libro que hace tiempo te presté: Nicolai Garciae; tractatus de beneficiis. ¿Lo has leído ya? ¿Puedo llevármelo? Porque si no lo has leído todavía, no me lo llevo. has de sacar más provecho que don Telesforo, seguramente.

Tal vez con motivo de esta solemnidad universal consigamos su indulto, y usted podrá presenciar todas nuestras fiestas. Pero el profesor abandonó repentinamente este ensueño optimista. Vió con la imaginación á su amado gigante tendido en la playa, inerte como un cadáver, las carnes verdosas y descompuestas por el veneno y revoloteando sobre su rostro, en fúnebre espiral, miles y miles de cuervos.

Imposible también salir durante la noche, pues los ojos de las bestias aéreas partían incesantemente la sombra con sus cuchillos luminosos. La única satisfacción de Gillespie era ver aparecer sobre un borde de su mesa el abultado cuerpo, la sonrisa bondadosa, los anteojos redondos y el gorro universitario del profesor Flimnap.

¿Qué va á pasar ahora? continuó diciendo el asustado profesor. Los murmuradores le habían dado á entender que el Padre de los Maestros sospechaba si este intruso ayudado por el gigante sería Ra-Ra.

Alcanzó á distinguir en diversos lugares de la Galería, entre los esclavos ligeros de ropas que formaban su servidumbre, otros varones encargados de labores menos rudas y que iban con trajes de mujer, lo mismo que el protegido del profesor Flimnap.

Después de almorzar, Gillespie se asomó á la entrada de la Galería para ver este trabajo extraordinario. Pero desoyendo las instancias del profesor, no quiso salir completamente del edificio. Parecía que presintiese un peligro.

Así, su juicio será verdaderamente justo.... »Y ahora, perdóneme lo que voy á añadir. Yo no figuro en el gobierno; no soy mas que un modesto profesor de Universidad. Si de dependiese, le llevaría hasta la capital sin precaución alguna, como un amigo. Pero el gobierno no le conoce á usted y guarda un mal recuerdo de la grosería de los Hombres-Montañas que nos visitaron en otros tiempos.

El profesor Flimnap miró á un lado y á otro, como si algún indiscreto pudiese entenderle, á pesar de que hablaba en inglés. Luego dijo, bajando un poco la voz: Eso que ha visto, gentleman, no es un ejército.