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Virey cuatro individuos, uno del estado eclesiástico, otro del militar, otro profesor del derecho y el último del comercio, elegidos por el Exmo. Cabildo, hasta que se reunan los votos de las demas provincias: y en caso da pluralidad de votos para la deposicion del Sr. Virey, recaiga la eleccion de sugeto que lo releve, en el Exmo. Cabildo. Por el Sr. Dr.

Comió Gillespie á mediodía, sin que el profesor Flimnap apareciese sobre su mesa. Varias veces giró su vista en torno, buscando al hombrecito de vestiduras femeniles que tan semejante era á él.

Quiero creer que tiene corazón; pero, ¿qué uso hace de él? ¿No me ha dicho usted que tiene dos primas ese Querubín que aspira a convertirse en un don Juan? Pero olvido, citándole esos dos nombres, que quizás no conoce usted ni el uno ni el otro. ¿Le ha permitido ya su profesor de retórica leer a Beaumarchais y El Convidado de piedra?

Mi padre, que también era general, anduvo vagabundo por toda la República, ocultando su nombre y dedicándose á los más bajos oficios para poder vivir. En esa época de miseria, la madre del profesor Flimnap y el mismo profesor, que sólo tiene diez años más que yo, protegieron á mi madre. Abreviaré el relato de nuestras desventuras.

¿Me abandona usted, profesor?... Yo me imaginaba que sería mi guía á través de la capital.

Es verdad, es verdad gimió angustiado el profesor . ¡Dioses poderosos! ¡Y no poder estar yo al lado de usted para defenderle durante su sueño! ¿Qué hacer?... Se preguntó esto varias veces, convenciéndose al fin de que lo primero que debía hacer era marcharse, pues el miedo le hacía insufrible su permanencia allí. Temía ser sorprendida en su regreso á la capital si dejaba que cerrase la noche.

El alemán le hizo entonces un fiel relato de su vida. Era el sexto hijo de un profesor de una ciudad pequeña de Sajonia, el cual había gastado cuanto tenía en la educación de sus hijos.

Así es afirmó con energía von Hartrott . Tenemos la libertad que conviene á un gran pueblo: la libertad económica é intelectual. ¿Y la libertad política?... El profesor acogió esta pregunta con un gesto de menosprecio. ¡La libertad política!... Únicamente los pueblos decadentes é ingobernables, las razas inferiores, ansiosas de igualdad y confusión democrática, hablan de libertad política.

Mirando al profesor con lástima, Maxi dijo a su esposa: «Este buen señor está tocado. Me da mucha lástima, porque lo que es andar mal de la cabeza. Si él quisiera seguir mi plan, yo me comprometía a ponerle como nuevo».

En el fondo se abre una escalera monumental; en esta mansión inverosímil, las habitaciones son minúsculas, pero la escalera es inmensa; capricho del arquitecto. Al cabo de un minuto, una voz grita: «¡Señor profesor...! ¿Quiere usted subir hasta el estudio...? Son tres pisosCésar sube los tres pisos, a razón de treinta escalones cada uno.