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Morir... ¡Bueno, se resignaba!; por el pobre viejo lo sentía, falto de ayuda. Pero al menos que muriese como su madre, en plena primavera, cuando todo el huerto lanzaba risueño su loca carcajada de colores; no cuando se despuebla la tierra, cuando los árboles parecen escobas y las apagadas flores de invierno se alzan tristes en los bancales.

Así lo resolvió el padre, y se empezaron a hacer los preparativos para la boda, que debía verificarse en el próximo otoño. Era ya el fin de la primavera, y en aquellas edades antiquísimas sucedía lo propio que ahora que a la primavera seguía el verano. Aratispi era lugar más bonito que lo es Alora al presente.

Pues, esta extensión es á su vez, para un punto dado, tanto mayor cuanto más considerable es la altura meridiana del Sol; de modo que esta segunda causa contribuye en unión de las primeras á hacer más cálidas las estaciones de primavera y de verano, y más frías las de otoño é invierno.

Ahora bien, esta altura varía con las estaciones, siendo cada vez mayor desde el equinoccio de primavera hasta el solsticio de verano, para disminuir en seguida hasta el equinoccio de otoño; luego sigue bajando hasta el solsticio de invierno, en que es lo más pequeña posible. Finalmente, durante el invierno vuelve á pasar por los valores que ha tenido en otoño, hasta el equinoccio de primavera.

Los capitanes que le seguían juzgaban imposible la empresa: los sitiados que mandaba Justino de Nassau, se defendieron heroicamente: Mauricio acudiendo en su socorro rompió los diques para anegar el campamento de Espinola: tuvo éste que batirse como soldado al mismo tiempo que mandaba como jefe, hasta que entrada la primavera se rindió la plaza honrosamente, saliendo la guarnición con cajas y banderas.

A orillas del Rhin o del Elba, la Primavera nos da concepto superior de la potencia creadora, de lo que debió de ser el nacer, el aparecer de la vida sobre nuestro globo. En nuestros climas más cálidos apenas hay mutación, o es tan lenta que no se percibe.

Su barba gris casi tocaba el suelo cuando, inclinado, proseguía hacia adelante. Ester le contempló un momento, con cierta extraña curiosidad, para ver si las tiernas hierbas de la temprana primavera no se marchitarían bajo sus pies, dejando un negro y seco rastro al través del alegre verdor que cubría el suelo.

»Era una tarde de primavera. Estábamos los dos sentados en el jardín, en la plazoleta de los tilos que usted puede ver a todas horas desde la ventana de su cuarto. Ambos nos sentíamos con humor para charlar y tras de recordar todo el pasado nos complacíamos en tratar de adivinar lo que nos reservaba el porvenir.

Huiré antes que termine la primavera; iré no dónde, volveré al mundo, a cantar, donde no encuentre hombres como usted, y el tiempo y la ausencia se encargarán de curarle. Leonora se estremeció al ver la llamarada de salvaje pasión que pasó por los ojos de Rafael.

Leonora aún estaba allí. La esperaría en el camino del huerto; había que aprovechar la mañana. El campo parecía estremecerse bajo los primeros besos de la primavera.