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El cubilete es verdad; el prestidigitador es mentira, ó si queremos llamarle verdad, habremos de llamarle verdad fantástica, verdad mentirosa, verdad en que la verdad sufre un escamoteo.

Henos aquí en Madrid, en nuestra casa, como quien dice... Bernard Shaw, para demostrar que en los music-halls no se ha operado evolución alguna, cuenta que una noche estaba en uno de ellos viendo a un prestidigitador que hacía ejercicios con unas bolitas. Aburrido, Bernard Shaw se fue a la calle, y diez años después volvió a entrar en el mismo music-hall.

Un prestidigitador vulgar produce extraordinaria agitación y ocasiona largas y violentas disputas en el casino, en los cafés, en las tertulias de las tiendas, y encauza el gusto y la fantasía de los peñascos por distintos derroteros. Durante seis meses los peñascos no se ocuparon apenas en otra cosa que en magnetizarse los unos a los otros.

Cantaba con voz de tiple, de tenor, de barítono y bajo, y se sabía que proyectaba figuras en la pared con la sombra de las manos de modo maravilloso. Finalmente, era un prestidigitador consumado. A ruego de varias muchachas, hizo algunos juegos de manos que produjeron entusiasmo en los invitados. Claro está que para efectuarlos necesitaba ayudantes. Grass los elegía entre las jóvenes más lindas.

El menestral me dió las noticias que deseaba con la mayor amabilidad. M. Guizot me perdone. ¡Pobre M. Guizot! El personaje de que se trataba era un prestidigitador, que tenia un teatro ó cosa parecida, en los alrededores del Odeon. ¡Confundí á M. Guizot con un titiritero!

En una solapa lucía una gardenia. Sobre la pechera ostentaba una perla enorme, además de la ancha cinta sostenedora de un monóculo inutil. Su aspecto era solemne y magnífico, como el de un director de circo ó un prestidigitador célebre. Hacía esfuerzos por mantenerse sereno y que nadie adivinase su emoción.

La mirada de doña Manuela iba tras las manos de la criada. ¡Vaya una gracia la de aquella chica! Cogía las servilletas adamascadas, rígidas por el planchado, y las doblaba caprichosamente con una rapidez de prestidigitador. Quedaban sobre las pilas de platos en forma de mitra, barco, bonete o flor, y en el centro, como toque maestro, colocaba un pequeño bouquet. La señora estaba orgullosa.

Eran como los encantados cubiletes del prestidigitador más aplaudido. En cuanto cabe en lo humano, daban una idea aproximada del milagro de pan y peces. ¡Pues bien: apenas parece creíble!

Pero ya le conoce, usted es uno de sus padrinos; es De-Hinchú, el hijo putativo del prestidigitador De-Hinchú, a cuyas representaciones tuve el honor de invitarle; aunque quizá olvidado ya. »Procuraré mandarlo con una partida de culis a Stocktown y de allí por expreso a esa ciudad.

Después que nos hubo hecho sentar, dijo ceremoniosamente: He invitado a ustedes a presenciar un espectáculo que puedo asegurarles que jamás extranjero alguno habrá visto, fuera de ustedes. El prestidigitador de la corte, De-Hinchú, llegó ayer mañana. Nunca ha dado función fuera del palacio; sin embargo, le he pedido que divirtiera a mis amigos esta noche y ha accedido gustoso.