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Las polainas eran de color de ámbar, con franjas de cuero a lo largo de las aberturas, y los borceguíes de idéntico color, medio ocultos en los anchos estribos árabes, dejaban al descubierto grandes espuelas de plata. En el arzón de la silla, sobre la vistosa manta jerezana, cuyo borlaje pendía a ambos lados del caballo, descansaba un chaquetón gris con remiendos negros y forro rojo.

De todas las ventanillas surgían brazos arremangados agitando gorros blancos. Sobre los techos, algunos mocetones manoteaban con los brazos extendidos y las piernas abiertas, mientras el viento hacía ondear los pliegues de sus pantalones negros sobre unas polainas claras.

Para no llevar la lista de todas las personas a quien tenían que ver y estar consultando a cada paso lo que podía comprometerles, Bautista, que tenía magnífica memoria, se la aprendió de corrido; cosieron las letras entre el cuero de las polainas y por la noche se embarcaron. Entraron en el vaporcito de la Fleche en Socoa y se echaron al mar.

Diez minutos después, cuando llegaron jadeantes a lo alto de la roca, vieron, a mil quinientos metros por debajo de ellos, la columna enemiga, que se componía de unos tres mil hombres, luciendo amplios uniformes blancos, obscuros correajes, polainas de paño, los chacós muy anchos y los bigotes rojos; los oficiales, con gorras de plato, marchaban en el espacio que separaba unas compañías de otras, contoneándose a caballo, con la espada en la mano y volviéndose de vez en cuando, para gritar con voz aguda: Worwaerts!, worwaerts! .

A la vuelta solían las amigas hallar el puente más animado que a la ida. Era el momento en que tornaba de sus expediciones campestres la gente de Vichy y los bañistas, y abundaban los jinetes, llevando sus monturas al paso, luciendo los pantalones de punto y las abrochadas polainas, sobre las cuales relucía la nota brillante del estribo y del espolín.

Gallardo, que volvía a ocultarse rápidamente tras las vallas, examinaba el aspecto y carácter de las fieras, sin llegar a decidir cuáles eran las dos que debía escoger. El mayoral de la plaza estaba junto a él: un hombrón atlético, con polainas y espuelas, vestido de grueso paño y con sombrero de campo sostenido por un barboquejo.

Cuando iba á la capital, pasaba inadvertido por su aspecto rústico, con las mismas polainas que usaba en el campo, el poncho arrollado como una bufanda y asomando sobre éste las puntas agresivas de una corbata, adorno de tormento impuesto por las hijas, que en vano arreglaban con manos amorosas para que guardase cierta regularidad.

Por mucho que lloviese, Novillo no dejaba de venir a la Rúa Ruera, bien provisto de chanclos de goma, polainas de cuero, un impermeable con capucha y, además, un paraguas abierto. Se guarecía en un portal, y allí montaba la centinela a la soberana de su corazón. ¿Qué habría sucedido ahora?

Don Marcelo llevaba polainas, amplio sombrero, y sobre los hombros un poncho fino arrollado como una manta. Había sacado á luz estas prendas que le recordaban su lejana vida en la estancia. Detrás de él caminaba Lacour, procurando conservar su dignidad senatorial entre los jadeos y resoplidos de fatiga.

Parisiense en una palabra; tal es mi hombre, y no es extraño que las mujeres se pirren por él. En cuanto a dandysmo, no tiene más que un rival: el sargento de la oficina árabe. Este, con su levita de paño fino y sus polainas con botones de nácar, causa la desesperación y la envidia a toda la guarnición.