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A la mente y a la lengua se le vinieron ideas y palabras, a borbotones, y las arrojó a la cara del sobrino, cual si le azotara con un látigo... ¡Cómo! ¡él, un chicuelo pobre, un perdulario, endeudado por suma tan crecida! pero, ¿cómo había podido creer que sus fondillos iban a valer tanto jamás? ¿no pensó, por un instante siquiera, ya que su cabeza parecía tan hueca, que si perdía, no podría pagar, y si no podía pagar, que deshonraba a su familia para siempre? ¿en qué escuela se había educado, que así le habían sugerido la peregrina teoría de que las deudas son cosa baladí y es lujo de caballero tenerlas? ¿y esta era la manera con que él pensaba hacer la felicidad de su padre y de su tía, y la suya propia?

La Pepa le vendía a los isleños los cueros de las nutrias y las plumas de los mirasoles que cazara. La Pepa le compraba las provisiones. La Pepa le hacía la comida... ¿Qué haría él ahora sin la Pepa? Ocurriósele que la gallega podría no estar muerta, y sólo desmayada, como que no se la había aún cubierto la tierra. Por eso fue a sacarla de la fosa y la tendió en el rancho.

Y sin comprar el más pequeño monigote prosiguieron su camino para ver la famosa esfinge. Ben Zayb se ofrecía á tratar la cuestion; el americano no podría desairar á un periodista que puede vengarse en un artículo desacreditador. Van ustedes á ver como todo es cuestion de espejos, decía, porque miren ustedes...

Ahora bien; ¿qué imposibilidad habría en que el Conde se enamorase resueltamente de Inesita y se casase con ella? Más desiguales casamientos se han visto y se ven todos los días. Con un poco de fortuna y con la rara discreción de que doña Beatriz se juzgaba dotada, bien podría casar a Inesita con el Conde. Inesita era, como ya se ha dicho, una criatura adorable.

Este protector ¿quién sería?... Huberto, sin duda, pues... ¿Pero le inspiraba bastante confianza?... ¿Con su auxilio podría desafiar peligros?... Unirse para gozar de la vida cuando se es joven y rico, poco significa.

Después rodó solo, por su propia inercia, y cada escalón le reservaba un golpe más fuerte, una sorpresa más dolorosa. ¿Hasta dónde llegaría en su derrumbamiento?... ¿Qué podría encontrar al final de esta caída ilógica?... Las entrevistas con su administrador de París le parecieron algo que transcurría en otro planeta, sometido á leyes absurdas.

Hubiera dado cualquier cosa por tener una amiga a quien pedirle consejo... Pero ella sola, ¿qué protección podría buscar contra un protector que no conocía y que ya le inspiraba miedo?

Veinte veces ha visto la muerte ya en la batalla, ya en el brazo de un asesino. Páez combate como combatía Páez, en primera fila, enrojecida la lanza hasta la cuja, en ¡ciento trece batallas! ¿Qué soldado de César o de Napoleón podría decir otro tanto?...

Me suplicó que saliera, me lo pidió de rodillas; yo le dije que no esperara nada, que usted no podría ni sabría salvarla del poder de aquella gente cruel. Nada, no me oyó. Su propósito era inquebrantable. Conocí que su fidelidad era la más grande de sus virtudes; y creyendo que era imposible arrancarle la primera imagen, la imagen que nada puede borrar, desistí de mi intento.

Los «Tenorios» se llaman como sus amos; se dan su nombre y apellido; usan su papel timbrado, se ponen sus fracs, sus guantes, sus corbatas y sus camisas; la única nota discordante es el pie, el pie de un Tenorio es algo de melancólico: un pedícuro con cierto talento dramático podría escribir una tragedia más terrible que Fedra, con sólo estudiar el pasaje de su instrumento a través del pie de un joven high-life de color.