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Pero yo, que veía las cosas de otra manera, me estuve callandito hasta que una columna francesa vino a colocarse delante de en tal disposición, que mis disparos podían enfilarla de un extremo a otro. Los franceses forman la línea con gran perfección.

La Pacha-Mama y el Tata-Coquena eran arrieros. ¿Qué otra cosa podían ser, poseyendo tantas riquezas?... Los que les veían no alcanzaban á contar todas las recuas de llamas, enormes como elefantes, que marchaban detrás de ellos.

La tierra es árida, y falta de agua dulce. En la punta occidental de dicha isla hay mucho marisco: y los marineros hallaron en algunas conchas tal cual perla pequeña y basta. Domingo 9, volvió el capitan Olivares, el padre Quiroga y los demas, á registrar la costa del sur, navegando al oeste sud-oeste, y tambien la del norte, para ver si podian hallar agua.

La montaña del horizonte, la luna, el campanario de la parroquia, ciertos muebles... la ropa de color, usada, de andar por casa... las zapatillas gastadas... el lecho de soltero sobre todo. Estos seres inanimados, de la industria, a los cuales dudaba Platón si correspondía una idea, eran para Bonis como almas paralíticas, que oían, sentían, entendían..., pero no podían contestar ni por señas.

En otros tiempos, él y su viejo camarada, una vez encerrados, podían dormir a pierna suelta, sin miedo a que el cabildo les riñese. Pero Su Eminencia, que siempre estaba discurriendo el modo de molestar al prójimo, había colocado en lados distintos de la catedral unos relojitos traídos del extranjero, y había que ir cada media hora a abrirlos y marcar la presencia.

Lo que en estas dos ciudades improvisadas del Tigris y del Eufrates hicieron, basta para indicarnos lo que podian hacer en los demas paises. De todas maneras, es indudable que por lo que en Persia vieron y practicaron, por lo que aprendieron tambien con la conquista de la Siria y del Egipto, su arquitectura no podia menos de ser en sus principios generadores bizantina.

Era su noche. El discursito cuidadosamente preparado había obtenido un éxito enorme. Las miradas de todas las señoras que podían comprenderle iban hacia él con admiración y gratitud. «¡Qué monada el tal Maltranita!... ¡Qué hombre tan dije!... ¡Qué habilidoso!...» Y él aceptaba con modestia estos elogios formulados por las damas según los términos admirativos de cada país.

Había perdido el instinto de la conservación en aquel mundo de incendios y de fuerzas ensordecedoras. Sentía caprichos de niño, una tendencia á acariciar aquellos bloques tan refulgentes, tan bonitos, con su blancura sonrosada, que podían comerse su mano con sólo el roce.

Era la aplicación más inmediata que podían hacer de los cálculos matemáticos con que les aburrían en la Academia. El aprendiz de cura irritábase ante la desenvoltura de pájaros traviesos con que pasaban por el templo los aprendices de guerrero.

Al bajar de los caballos sintieron, sin embargo, sensaciones no experimentadas y reveladoras por lo mismo de anormalidades, cuyas consecuencias no podían calcular: punzadas agudas en las plantas de los pies; temblor en las piernas; ardor en los ojos y resistencia en la ropa interior a desprenderse de algunas partes.