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No sólo era la iglesia quien podía desperezarse y estirar las piernas en el recinto de Vetusta la de arriba, también los herederos de pergaminos y casas solariegas, habían tomado para anchas cuadras y jardines y huertas que podían pasar por bosques, con relación al área del pueblo, y que en efecto se llamaban, algo hiperbólicamente, parques, cuando eran tan extensos como el de los Ozores y el de los Vegallana.

Maltrana adoptó una resolución. Los pobres como ellos, de vida incierta, sólo podían vivir en las casuchas cuyos cuartos se pagan diariamente, en los falansterios de la miseria, como aquel caserón de obreros donde él había nacido.

Todo lo escuchó Sancho, y lo tomó muy bien en la memoria, y les agradeció mucho la intención que tenían de aconsejar a su señor fuese emperador y no arzobispo, porque él tenía para que, para hacer mercedes a sus escuderos, más podían los emperadores que los arzobispos andantes.

Como que volvían á la corte todos sus enemigos, y podían hacerle la guerra y derrocarle, sin que él pudiera defenderse, atado como estaba por los terribles secretos suyos que poseía el bufón.

Eran seres que sólo se podían desenvolver en ese ambiente verdoso y translúcido y a él había que acudir para continuar la plática interrumpida». Estas tres citas hechas de memoria constituyen una explicación y una defensa de la embriaguez de los poetas.

Mis compañeros de viage se quejaban con mucha razon, y solamente el ejemplo de mi resignacion y mi constante cooperacion á sus trabajos podian darles el ánimo suficiente para seguir adelante.

Podían entregarse á un vicio sin miedo al comentario, sin riesgo de ser criticadas, en un lugar donde todas las mujeres hacían lo mismo y el juego figuraba como algo oficial, digno de respeto.

La historia sagrada estaba a cargo de una morena regordeta, de facciones finas, de expresión dulce, tímida y nerviosa. Apretaba con el cuerpo del vestido tempranos frutos naturales, como si fueran una vergüenza; y más que en su oración pensaba en que los muchachos que miraban desde abajo, podían verla las pantorrillas, que tapaba mal la falda, a pesar de los esfuerzos de la castidad instintiva.

Ellas podían salir á la calle escoltadas por un kepis galoneado que atraía las miradas de los transeuntes y los saludos de los inferiores. Cada vez que doña Luisa, aterrada por los vaticinios de su hermana, pretendía comunicar su pavor á la hija, ésta se revolvía furiosa: ¡Mentiras de la tía!... Como su marido es alemán, todo lo ve á gusto de sus deseos.

Poniendo en duda o atenuando la fuerza de esta manera de pensar, se dirá que después de escritos tales párrafos, acaso en aquellos mismos años, los monarcas adornaban sus palacios con obras de Veronés y de Ticiano, tales que según la intransigencia de los místicos podían calificarse de pecaminosas, y aun que el mismo Velázquez trajo varias de Italia para Felipe IV; mas esos lienzos no eran imitados por nuestros pintores.