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Aquellos señores no podían estar así con las ropas impregnadas de humedad, cansados y desfallecidos por una noche de lucha. ¡Pobrecitos, bastaba verles! Y colocaba sobre la mesa galletas, pasteles, una botella de ron; todo lo que podía encontrar en la despensa, y hasta un paquete de cigarrillos rusos con boquilla dorada que la hortelana miraba con escándalo. Déjalos, tía decía a la pobre vieja.

Nelson, que no era ningún rana, vio nuestra línea y dijo: «Pues si la corto por dos puntos distintos, y les cojo entre dos fuegos, no se me escapa ni tanto así de navío». Así lo hizo el maldito, y como nuestra línea era tan larga, la cabeza no podía ir en auxilio de la cola . Nos derrotó por partes, atacándonos en dos fuertes columnas dispuestas al modo de cuña, que es, según dicen, el modo de combatir que usaba el capitán moro Alejandro Magno, y que hoy dicen usa también Napoleón.

Y se había metido en las salas de juego, lugar vedado á los oficiales. No podía el coronel hacerse ilusiones sobre la duración de este momento, á pesar de que iban transcurridas cerca de dos horas. Después de separarse de los capitanes, encontró á Lewis en una mesa de «treinta y cuarenta», teniendo ante sus manos un montón de placas de mil francos.

Don Pompeyo se dirigió a la junta en papel de oficio citando los artículos del Reglamento que, en su opinión, «prohibían semejantes muestras de júbilo por parte de una corporación que, por su calidad de círculo de recreo, no debía, no podía tener religión positiva determinada».

Ya en la corte, puso a su hija en un buen colegio, con promesa de no sacarla de él mientras no estuviera completamente instruida en cuanto podía saber la señorita más encopetada; y con este fin, pagó rumbosamente, por adelantado, las estancias de un año, y prometió hacer lo mismo en los sucesivos.

Sólo sonaban los pasos de Maltrana haciendo crujir la arena, y este ruido le parecía tan grande, tan agigantado por el silencio, que podía despertar a los guardas a muchas leguas de distancia. De vez en cuando la selva agitábase con ondulaciones ruidosas. Una ráfaga de viento moviendo una rama daba la señal. Toda la arboleda se estremecía, inclinando las copas.

Cada pie de paliza la hemos dado, que algunas veces se iba a la cama y no podía levantarse en cuatro días. ¡No la hemos dejado pasar una!... Ahí está ella que no me dejará mentir.

Allí podía tranquilamente encontrar la alegría de vivir ó abandonarme en paz á mis tristezas. Desde lo alto de mi oscilante asiento, seguía con la vista el hilo de agua, las islas é islotes de espuma, unas veces aislados, otras agrupados como archipiélagos, las hojas dando vueltas, los largos montones de hierba y los pobres insectos sumergidos, agitándose en vano contra la inexorable corriente.

Su breviario era tan viejo y hecho pedazos, que sólo ayudado de la memoria podía satisfacer á la obligación de rezar el oficio divino; su mayor tesoro eran los instrumentos de penitencia, con que maceraba su carne, cilicio, cadenas de hierro, cruces armadas de agudas puntas y otros de este jaez, con que redujo su cuerpo á perpetua esclavitud, con aquel santo temor con que se armó también contra mismo el Apóstol San Pablo.

Hablaba por los codos y no dejaba meter baza a los demás: él se lo decía todo, y no se podía elogiar cosa alguna, porque al punto salía diciendo que tenía otra mejor. Desde entonces le taché por hombre vanidoso y mentirosísimo, como tuve ocasión de ver claramente más tarde. Mis amos le recibieron con agasajo, lo mismo que a su hijo, que con él venía.