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Al ver cruzar los pájaros a su lado no podía resistir movimientos semejantes a una graciosa pretensión de volar, y decía: «¿A dónde irán ahora esos bribonesDe todos los robles cogía una rama y abriendo la bellota para ver lo que había dentro, la mordía, y al sentir su amargor, arrojábala lejos.

Llamé; vino una mujer, a quien pregunté si podía comer algo; me dijo que esperara un momento. Hablamos; le expliqué quién era y a lo que iba, y a mis preguntas contestó dándome los informes que le pedía acerca del inquilino de nuestro caserío.

Temblaba ante la necesidad de hablar a Bettina, ante la necesidad de oírla, y entonces se refugiaba junto a madama Scott, y ésta recibía sus palabras indecisas, conmovidas, turbadas, que no se dirigían a ella, y que, sin embargo, ella tomaba para . Zuzie no podía dejar de engañarse. Bettina no le había dicho nada, no le había manifestado aún los sentimientos vagos y confusos que la agitaban.

Había una cuadrilla de indios con trajes de piel de ciervo curiosamente bordados, cinturones rojos y amarillos, plumas en la cabeza, y armados con arco, flechas y lanzas de punta de pedernal, que permanecían aparte, como separados de todo el mundo, con rostros de inflexible gravedad, que ni aun la de los puritanos podía superar.

Si a primera vista se podía sospechar que el tal gimoteaba por la molestia de llevar tanta cosa sobre , alas, flores, cintajos, y plumas, amén de un relojito de arena, bien pronto se caía en la cuenta de que el motivo de su duelo era la triste memoria de las virginales criaturas encerradas dentro del sarcófago.

Pero ésta lo rechazó, sonriéndole de nuevo, y pidió que la acompañaran a su habitación. La llevó Zoraida. Esta volvió al poco rato y reprendió a Carmen. Como lo dijiste así, delante de todos, ella creyó que era una burla. No replicó Carmen fue por la impresión que le hace siempre acordarse de José Luis. Ella dijo que no, se desesperó de pensar que podía alguien interpretarlo así.

Bobard, que tenía un hijo en el colegio, insinuó en seguida á Clementina que podía encontrar en ese muchacho un hijo sólido, obediente y respetuoso, pero un varón no convenía á la señorita Guichard. El instinto de su sexo le hacía desear una niña.

Leidas, les declaró brevemente como el rey movido de sus ruegos habia admitido el juramento de fidelidad, que sus embajadores le hicieron; y aunque para sus reinos no podia ser útil el encargarse de su defensa, habia querido mostrar el amor que les tenia, porponiendo su conveniencia á la de ellos, y así le habia mandado que con su persona viniese á gobernarles en su nombre y les ofreciese que siempre acudiria con mayores socorros.

Confesaba, como no podía menos, que la comida era más abundante y escogida, pero en cambio se veía obligado á sufrir la soba continua de los niños que no le dejaban á sol ni á sombra. En todo el día no cesaban: Canelo para aquí, Canelo para allí; unas veces montándosele sobre el espinazo, otras tirándole de las orejas y otras del rabo. Era cosa para desesperarse.

Puedo asegurar que, a pesar de la distancia que separa ese tipo de nuestro ideal estético, no podía menos de detenerme por momentos a contemplar la elegancia nativa, el andar gracioso y salvaje de las negras martiniqueñas.