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En la tertulia de la Marquesa, con sobrinas o sin ellas, predominaba la juventud. Las muchachas de las familias más distinguidas iban muy a menudo a hacer compañía a la pobre señora que se había quedado sin sus tres hijas. Previamente se daba cita al novio respectivo; y cuando no, esperaban los acontecimientos.

Para el espíritu de la moral cristiana, el ciego ve, el sordo oye, corre el tullido, sana el enfermo, el pobre es rico, el pequeño es grande, el ignorante es sábio, el extranjero es nuestro hermano.... ¿No le parece á usted todo esto inmensamente grande? ¿No le parece á usted inmensa y providencialmente grande, inmensa y santamente providencial, providencial é inmensamente santo?

La lancha resistió felizmente; pero iban señoras y niños dentro, cuyos gritos de terror me llegaron al alma. «No se asuste, blanco», me dijo uno de mis marineros, negro viejo que no hacía nada, mientras sus compañeros se encorvaban sobre el remo. Sonrío hoy al recordar la cólera pueril que me causó esa observación, y creo que me propasé en la manera de manifestársela al pobre negro.

El cristianismo había engañado al pobre, manteniéndolo en su triste estado con la esperanza del cielo y la amenaza del infierno. Era el carcelero espiritual que sostenía durante veinte siglos el extremo de su cadena.

Yo se lo dije. «Has hecho perfectamente...». La más negra era que el garrotillo le cogió al pobrecillo nene tan de filo, que cuando yo llegué... te va a dar mucha pena, como me la dio a ... pues , cuando llegué, el pobre niño estaba expirando.

La negra silueta del pueblo dibujábase a la lejos, y una torrecilla alzábase sobre él destacando su espadaña con precisión del fondo oscuro de la noche. ¡Pobre Cervantes! ¡Aquí fue preso y maltratado como el último comisionado de apremio; en todas partes despreciado y humillado, cual si no hubiese tropezado en el curso de su vida más que con poetas líricos!

Tal quedó de arrogante el pobre señor con el vencimiento del valiente vizcaíno. Mas no le pareció tan bien a Sancho Panza el aviso de su amo que dejase de responder, diciendo: -Señor, yo soy hombre pacífico, manso, sosegado, y disimilar cualquiera injuria, porque tengo mujer y hijos que sustentar y criar.

Mientras María participaba con el gran cantante de la desaforada ovación que le ofrecía un público, que de rodillas los veneraba humildemente, se representaba una escena de diferente carácter en la pobre choza de que ella saliera poco más de un año antes. Pedro Santaló yacía postrado en su lecho. Desde la separación de su hija no había levantado cabeza.

Según me dice la pobre mujer, que continúa engordando sin consuelo, Nachito había salido la antevíspera. Deja para la vuelta la visita a los Estados Unidos, y viene por Inglaterra desde Veracruz.

El pobre señorito se levantó de un salto, y abrazando con un movimiento lleno de gracia al gimnasta Calixto, se dirigió a la puerta, sin querer entregar al lacayo el envoltorio de sus premios. En la verja del jardín le detuvo el padre rector, que allí estaba despidiendo a los niños; besóle Paquito la mano, y abrazándole él cariñosamente, le habló breve rato al oído.