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Hasta el anochecer estuve recostado sombríamente en la borda del buque, viendo el mar liso como una vasta pieza de seda azul, doblarse a los lados en pliegues suaves; poco a poco grandes estrellas palpitaron en la concavidad negra, y la hélice en la sombra iba trabajando rítmicamente.

Sobrecielos de tela de oro y brocatel, que hacinaban polvo y telaraña en sus pliegues antiguos, ornaban los lechos hereditarios roídos por la carcoma. Las ventanas se abrían rara vez; pero ricos pebeteros de plata disimulaban el hedor hongoso y ratonil con su incesante sahumerio.

Nuestro comercio tiene pruebas repetidas de lo que digo; y á fe, á fe, que no pecó de pródigo con los venerables harapos de tan valientes marinos, al extender los anchos pliegues de su rico manto.

Llevaba gorra pellejera, larga chaqueta azamarrada con grasientos alamares negros, pantalón de pana y botas blancas de montar, con recias espuelas de hierro; pendiente del cinto un sable, y entre los pliegues de la faja morada y burda asomaba la culatilla de un revolver de reglamento.

Pero no se puede ver su cara, porque está casi oculta entre los pliegues de la mantilla de su andaluza.

A pesar del frío, vestía una blusa de verano, una guayabera con pliegues, húmeda aún de la lluvia, y en la cabeza llevaba dos sombreros, uno dentro del otro, de distinto color, como sus manos. El de abajo mostraba una blancura gris y flamante en la parte inferior de sus alas; el de arriba era viejo, de un negro rojizo, con los bordes deshilachados.

Isidora fluctuaba entre el reír y el temer. Se reía y estaba pálida. Después sintió frío. «Yo bien lo que pasará cuando usted llegue al fin de su camino prosiguió él . En vez de quererme entonces como ha prometido, me despreciará... ¡Será usted entonces tan superior a !...». La perfidia en estas palabras era tanta, que no cabía debajo de todos los pliegues del disimulo.

Quizás yo me engaño en esto, y mi preocupación haya sido la que puso para mis ojos, en la frente y en la mirada del cura, esa nube de melancolía de que acabo de hablar. Es que yo no puedo figurarme jamás a un pensador, sin suponerlo desgraciado en el fondo. Para el talento elevado siempre es presa de dolores íntimos, por más que ellos se oculten en los recónditos pliegues de un carácter sereno.

Aquí, la alucinacion de la fantasía se ejerce sobre todo, hasta sobre el tul de unos manguitos, hasta sobre los pliegues que se dan á una tela cualquiera: ¿cómo no ha de ejercerse sobre las deliberaciones y las costumbres? Lo que aquí se llama moralidad, se llama en otras partes astucia, destreza, comprar y vender entendiendo el oficio.

Yo quisiera, Miguel mío, saber todo lo que acontece en tu espíritu, todo lo que piensas, todo lo que sientes... No me basta saber los pensamientos y los sentimientos grandes; deseo conocer también los más íntimos; deseo escudriñar los últimos rincones, los últimos pliegues... quiero que no pase por tu cabeza una idea, aunque sea tan débil como el soplo de un niño, que no llegue a mi noticia... quiero conocer todas las emociones que experimentas, aun aquellas que apenas sean capaces de mover tu corazón... quiero entrar dentro de ti mismo... quiero formar una sola persona contigo...