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Á ninguna parte, Padre, que se está muy quietecito. Los que andan por él son los que van y vienen. Ya tiene su merced bastante edad para saberlo. Oye, ¿qué debe hacerse con los pilluelos desvergonzados? Meterlos á frailes. Aquí el Prior no fué dueño de contenerse, y con paso ligero se encaminó al muchacho, resuelto á plantarlo de un puntapié en la copa de un pino.

Aquellos niños cojos y mancos, en cuyos grandes ojos negros parece centellear el genio del gran pueblo que guerreó durante siete siglos con los moros y descubrió, conquistó y dominó regiones y continentes hasta que ya no había más mundo para saciar su ambición, aquellos niños, digo, son la más graciosa pareja de pilletes que he visto en mi vida, y cuanta sal, ingenio y travesura ha derramado la Naturaleza en granujas de Madrid, léperos de Méjico, lazzaronis de Nápoles, lipendes de Andalucía, pilluelos de París, <i>pic-pockets</i> de Londres, es nada en comparación de su gran ciencia.

Volvió al chalet, y entró en su dormitorio, donde tenía recado de escribir; escribió una carta, y guardándosela en el pecho bajó las escaleras a brincos, y tomó a buen paso hacia la calle principal. Anochecía; encendíanse los primeros faroles, y se esparcían por el arroyo los pilluelos, niños de coro de la civilización, voceando los periódicos recién llegados de Paris.

Matriculado, cuando niño, en una banda de pilluelos de barrio, sin el freno de la autoridad paterna, porque no tenía padres y no hacía caso de sus hermanos, libre como un pájaro y celoso de su independencia; con el sucio pantalón doblado sobre la rodilla y la camisa desteñida asomando por los fondillos, un sombrero agujereado sobre la rubia cabeza, recorría las calles de su parroquia, entretenido en jugar a los cobres en la acera, darse de mojicones con los compañeros y decir desvergüenzas a las señoras; no había bautizo en que él no tomara parte, esperando a la comitiva en el atrio de la iglesia para llamar pelao al padrino, ni escándalo callejero en que no estuviera, como espectador de primera fila.

¡Que tengas buena suerte! Y contempló con ojos amorosos el carruaje que se alejaba seguido de un grupo de pilluelos, embelesados en la contemplación envidiosa de los oropeles de los lidiadores. Al quedar sola, la pobre mujer subió a su cuarto, encendiendo luces ante una imagen de la Virgen de la Esperanza. El Nacional iba en el coche, cejijunto y sombrío, al lado de su maestro.

Unas puertas ostentaban el falo, para conjurar el mal de ojo; otras un par de serpientes enroscadas, símbolo de la vida familiar. En los rincones de las callejuelas, un verso latino grabado en el muro rogaba al transeúnte que se abstuviese de sucios desahogos. Vivían aún en las paredes de estuco caricaturas y monigotes, obra de los pilluelos del siglo de César.

Los pilluelos que corrían tras el coche aclamando a Gallardo habían quedado rezagados, deshaciéndose el grupo entre los carruajes; pero a pesar de esto, las gentes volvían la cabeza, como si adivinasen a sus espaldas la proximidad del célebre torero, y detenían el paso, alineándose en el borde de la acera para verle mejor.

Bonis sintió que el rostro de los más indiferentes, hasta el de los pilluelos que esperaban la calderilla, tomaba expresión de interés, de cierto enternecimiento. Las luces parecían cantar también al oscilar con ritmo; brillaban más rojas; los dorados del cura y del baptisterio se hicieron más intensos, más señoriles; los monaguillos, tiesos, solemnes, daban indudable respetabilidad al acto.

Lo decían, : oíalo ella, no con los oídos, sino con los ojos, y aunque los huesos le dolían de cansada, corría a la acequia a llenar la regadera y bautizaba a aquellos pilluelos, que bajo la ducha saludaban agradecidos. Sus manos temblaban muchas veces al cortar el tallo de las flores.

Aquel acólito del culto de Mercurio, por su empaque desenfadado atraíase la mala voluntad de los pilluelos de la plaza, enjambre de diablejos que pasaban horas enteras ante la relamida figurilla llamándole ¡churriquio! con irritante tono de mofa, hasta que algún dependiente les amenazaba con la vara de medir.