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Al salir para una de sus expediciones, había dicho aquél a un señor Rincón, comerciante como él, al ver el desaliño y desorden de las tropas: «¡Qué gente para ir a pelearSabido esto por Quiroga, hace llamar a ambos aristarcos, cuelga al primero en un pilar de las casas de Cabildo, y le hace dar doscientos azotes, mientras que el otro permanece con los calzones quitados para recibir su parte, de que Quiroga le hace merced.

Depositaron a Pilar en una butaca y Sardiola se quedó en pie esperando órdenes. Su mirada, negra y reluciente como la de un cachorro de Terranova, se clavaba en Lucía con sumisión y afecto verdaderamente caninos. Ella, por su parte, se mordía los labios para retener las preguntas que impacientes asomaban a ellos. Sardiola adivinó, con su instinto fiel de animal doméstico, y prevínole el deseo.

Apenas concluía la contadora su cuento, cuando entró el guarda, que sin decir palabra, se acercó á ellas, puso su escopeta á su lado, se apoyó en el pilar del pozo, y se puso á picar un cigarro. Varmen se sintió desconcertada y fatigosa con la presencia de aquel hombre que la repelía, y tuvo deseos de alejarse. ¡Esquiva! dijo el guarda; ¡eso es de casta! Varmen permaneció callada.

Fortunata tenía la boca extraordinariamente amarga, cual si estuviera mascando palitos de quina. Al entrar en la parroquia sintió horrible miedo. Figurábase que su enemigo estaba escondido tras un pilar. Si sentía pasos, creía que eran los de él. La ceremonia verificose en la sacristía, y duró poco tiempo.

A fe añadía entre dientes que cuando le eche la vista encima a mi señor sobrino, le espeto lo que viene al caso, por matar así a disgustos a aquella pobre Matilde que es un ángel. Mientras se solazaba Pilar de manera tan conforme a sus inclinaciones, aguardábala Lucía en el balcón del chalet. A aquella hora, nadie estaba en casa, ni Miranda, ni Perico; el Casino se los había tragado a todos.

Aquí, una copa se quejó tan dolorosamente entre los dedos de la señora, que cayó partida en dos sobre el mantel, detalle en que no paró mientes misia Casilda, tan sobreexcitada y fuera de estaba. ¡Si le parecía que fué ayer la muerte de Pilar; la venta de la casa paterna, calle de Méjico; la desaparición de muebles, alhajas y efectivo entre las manos de don Bernardino, el albacea de la testamentaría, el depositario de la confianza de los tres herederos! ¡que fué ayer cuando quedaron casi sin techo, obligado él, don Pablo, a acudir a la influencia de los amigos, para calzar un empleíto, que ayudara a tirar adelante! que fué ayer cuando Esteven, con el luto todavía del suegro, se presentó en la casa, y después de mucho preámbulo y mucho carraspear, les mostró no qué papelotes y leyó no qué cuentas... total, que les entregó unos veinte mil pesos, la parte de la herencia que les correspondía; pues lo demás se había ido entre escribanos, abogados y papel sellado.

De todas suertes, el momentáneo alivio de Pilar era tan patente, que le consentía dar todas las mañanas algunos cientos de pasos por la calle, cogida del brazo de Lucía; y el alimento no le repugnaba invenciblemente como antes. A la verdad, infundía tristeza en aquellos días de fin de Octubre, el aspecto de Vichy.

Llévame a ese lugar donde el arroyo se ensangosta, que agora es invierno y sabe mal el agua y más llevar los pies mojados." Yo que vi el aparejo a mi deseo, saquéle debajo de los portales y llévelo derecho de un pilar o poste de piedra que en la plaza estaba, sobre el cual y sobre otros cargaban saledizos de aquellas casas, y dígole: "Tío, este es el paso más angosto que en el arroyo hay."

La fuente o el pilar era el término de mi paseo cotidiano, y allí me sentaba yo en un poyo, bajo un eminente y frondoso álamo negro.

Eran tan patentes los síntomas del mal, que al verlos en otra cualquiera le hubiese extendido la papeleta mortuoria; y con todo eso, Pilar, animada y llena de planes, se creía sujeta únicamente a un resfriado tenaz que había de curarse poco a poco.