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Aquel nombre pronunciado por la voz adorada, conmueve al joven profundamente. Y, en una admiración apasionada, contempla a la joven en toda la plenitud de su belleza, de pie y silenciosa al lado de un bosquecillo de flores.

En tal situación y en los breves periodos que tenía libres, su actividad era siempre la misma, pues hasta el día de caer en la cama estaba sobre un pie, atendiendo incansable al complicado gobierno de aquella casa.

Ya de pié, preguntó al garçon, que podria ser hombre de cuarenta y cinco á cincuenta años, si recordaba algun convite célebre, dado en aquel establecimiento. He conocido varios, me contestó; pero el más lujoso fué el que dió, á poco de abrirse el restaurant, un embajador ruso á todo el cuerpo diplomático extranjero.

Por fin realizaba el deseo de acabar sus días en un rincón de la soñolienta catedral española, única esperanza que le sonreía cuando caminaba a pie por las carreteras de Europa, ocultándose del guardia civil o del gendarme, y pasaba las noches en un foso, apelotonado, con la barba en las rodillas, creyendo morir de frío.

Cuando alguno decía que vendría de rey a Madrid el hermano de Napoleón, daba pie para las más ingeniosas improvisaciones del género epigramático. Todas las tertulias, que entonces eran muchas, pues la sociedad no se desparramaba aún por los cafés, eran, digámoslo así, verdaderos clubs donde latía sorda y terrible la conspiración nacional.

Y luego en pie y piadosa se levanta, Y poniendo los ojos en el viejo, Desembudó la voz de la garganta: Y con cierto desden y sobrecejo, Entre enojada y grave, y dulce dixo Lo que al humido dios tuvo perplejo. Y aunque no fue su razonar prolixo, Todavia le truxo á la memoria Hermano de quien era y de quien hijo.

La presencia del Provisor interrumpió el juego. Los familiares se pusieron de pie y uno de ellos hermoso, rubio, de movimientos suaves y ondulantes, de pulquérrimo traje talar, perfumado, abrió una mampara forrada de damasco color cereza. De lo mismo estaba tapizada toda la estancia que se vio entonces y que atravesó De Pas sin detenerse. ¿Dónde estará, don Anacleto?

Te hundirás, sin que te sirvan de nada tu pie ario y tu pie semita. ¡Ay de ti si entonces no sabes ser filósofoContribuía en medida considerable a la serenidad presente de Belarmino haberse libertado, en el transbordo, de no floja impedimenta. Xuantipa ya no le pesaba a todas horas del día; habían cesado las visitas cotidianas del usurero Bellido y de Felicita la solterona.

Al pié de los muros que sostienen la ciudad del lado del lago se balancean en las ondas numerosos barquichuelos barnizados con vivos colores, y de todas partes se levantan mil rumores llenos de poéticas armonías.

¡Imprudente! ¡imbécil!... hace una hora que está de pie, y es lo peor que puede hacer... La herida se abrirá de nuevo: siempre se lo estoy diciendo; pero aquí nadie me hace caso, nadie me obedece... ¡Que el diablo se los lleve a todos!... ¡oh!... ¿no vuelve en ?