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Todos apetecen naturalmente la vida y la salud; y pareciéndole al que está enfermizo que el sano es felíz, apetece la felicidad de este, y alguna vez se engaña, porque aun con la salud está lleno de otras miserias, que tal vez son de mayor peso que la enfermedad.

El daría cuanto era por ser aquel banco del jardín, abrumado dulcemente por su peso las tardes enteras; por convertirse en la labor que giraba entre sus dedos delicados; por transfigurarse en una de las personas que la rodeaban a todas horas, de aquella Beppa, por ejemplo, que la despertaba por las mañanas, inclinándose sobre su cabeza dormida, moviendo con su aliento la cabellera deshecha, esparcida como una ola de oro sobre la almohada y que secaba sus carnes de marfil a la salida del baño, deslizando sus manos por las curvas entrantes y salientes de su suave cuerpo.

El honor se puede aprender, si no en doce, en cien o en doscientas lecciones. Todo es cuestión de tener algún dinero para ir a una sala de esgrima. Por mil pesetas uno puede llegar a hacerse un caballero perfecto, a condición de que uno no esté demasiado viejo ni demasiado gordo, ya que el honor también tiene edad, peso y estatura.

El teniente pronto se vió fuera del alcance del palo, mas el pobre don Segis, con el peso extraordinario de su pierna izquierda, se quedó rezagado, y tuvo que sufrir las caricias del bastón de Peña buen rato.

Caí en el lecho como un tronco derribado, dudoso, en el crepúsculo de mi somnolencia, entre si me derribaban los quebrantos de mi fatigosa jornada de todo el día, o el peso de la balumba de «cosas» que me había ingerido en el cerebro adormilado la inagotable erudición del solariego.

Los judíos españoles vieron cercano el instante de quebrantar sus cadenas; i asi comenzaron á cobrar aliento, de la misma suerte que aquellos que caminan llevando sobre sus hombros un grave peso. Luego que rinden la carga que los fatigaba, ni piensan en los trabajos pasados, ni en el descanso presente, i solo reciben contento con el placer de que ya respiran con toda libertad sus corazones.

Si antes del tercero no había matado el toro, éste sería devuelto al corral, quedando el espada bajo el peso de la mayor deshonra. Gallardo, como si despertase de su sonambulismo, aterrado por esta amenaza, puso horizontal el estoque y se arrojó sobre el toro. Una estocada más, que no penetró gran cosa en el cuerpo de la fiera.

Y luego empezamos á enfermar, perdidas todas las fuerzas con los largos y peligrosos viages hechos con gran pobreza y miseria; y lo mas principal, sin comida conveniente á la naturaleza, ni camas en que descanzar, porque las que llevábamos á cuestas, como saben todos, eran de algodon, tegidas como red, de cuatro ó cinco libras de peso; y para dormir las atabamos á dos árboles, y echándose se descansa en el campo: que es mas seguro cuando caminan pocos cristianos en Indias, que en las casas y pueblos de los indios.

Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo. Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia. Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria y ponlas en la verdad del caso.

Ella, , es amable, es un modelo de dulzura; pero su amabilidad es la afectada mansedumbre del león, que hace sentir de vez en cuando el peso de sus garras; es pura compasión que nos dispensa. Pasemos de la aristocracia de la belleza a la de la cuna. ¡Qué amable es el señor marqués, qué despreocupado, qué llano! Vedle con el sombrero en la mano, sobre todo para sus inferiores.