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Dijo esto con ímpetu más violento aún que amoroso, y echó sus brazos al cuello de Lucía, y arrimola a con fuerza sobrehumana. Creyó ella sentir dos tenazas dulcísimas de fuego que la derretían y abrasaban toda, y reuniendo su vigor nervioso, se desprendió de ellas, quedándose trémula y erguida ante el pesimista.

Sentíase Artegui tan dueño de la hora, del instante presente, que, desdeñoso y melancólico, contemplaba a Lucía como el viajero a la flor de la cual aparta su pie. Ni vinos, ni licores, ni blando calor de llama, eran ya bastantes para sacar de su apático sueño al pesimista: circulaba lenta en sus venas la sangre, y en las de Lucía giraba pronta, generosa y juvenil.

La mayoría de estos personajes, el cacique Brevas, su hijo, Berrinches, y el alcalde Larán-larán es moralmente fea y ruin; pero la afición pesimista prevalece hoy en las obras de ingenio, y no nos atrevemos a censurar lo negro del cuadro, aunque le hubiéramos preferido menos negro. Todas sus figuras, sin embargo, no están tiznadas por los vicios y pecados.

Miró sin pestañear a Fortunata, y cogiéndole una mano, le dijo con voz temblorosa: «Si usted me quiere querer, yo... la querré más que a mi vida». Fortunata le miró también a él, sorprendida. Le parecía imposible que el bicho raro se expresase así... Vio en sus ojos una lealtad y una honradez que la dejaron pasmada. Después reflexionó un instante, tratando de apoyarse en un juicio pesimista.

Sepa yo al menos por qué. ¿Es por tu padre? ¿es por tu marido? ¿es por tu hijo? ¿es por el mundo? ¿es?... Es murmuró ella bajándose y con gran dulzura . Es... por Dios. ¡Dios! gimió el pesimista . Y si no lo hub.... Una mano le tapó la boca. ¡Duda usted aún después de que hoy, por un milagro... usted lo dijo, por un milagro... ha preservado su vida!

El señorito no le acompañaba en semejantes excursiones: harto tenía que hacer con ferias, caza y visitas a gentes de Cebre o del señorío montañés, de suerte que el guía de Julián era Primitivo. Guía pesimista si los hay.

Es indudable que, si yo me manifesté durante estos últimos años como un escritor pesimista, ello ha consistido, principalmente, en la frecuencia con que pasaba por la calle de Cedaceros. Pero, al fin, la famosa valla ha caído en tierra, y ahora todo me parece posible. Unas gentes que han acabado con la valla de Vitórica me digo pueden acabar con la misma política del Sr. Cierva.

Sobre la oreja diestra, larga pluma de ave, color toronja; la bocamanga izquierda, revestida con una especie de malla o red de negras rayas, que no eran sino las huellas y rasgos de haber limpiado allí los puntos de la pluma. Emitía en la atmósfera un efluvio sombrío y pesimista, como si poseyese una zona de influencia nefasta.

No pienso que sea una cosa mala, a pesar de los sentimientos regionales que se oponen a eso, porque necesitamos una lengua común que permita favorecer la comunicación a nivel internacional. Dicho esto, no comparto la idea pesimista según la cual las otras lenguas solamente tendrían que someterse a la lengua dominante. Al contrario.

De esta suerte, ya que no los censores graves; los que no lo son ni tienen autoridad para serlo, en lo amoroso perdonarán á usted las verduras, y en lo pesimista las injurias contra la Providencia, cuyos designios y planes, que ignoramos y debemos acatar, tal vez brillan justificados después de tales ataques.