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En un país organizado para millonarios, el ilustre naviero debiera poder adquirir un gabán de varios millones de pesetas. Hoy no puede adquirirlo, y es que el millonario se encuentra postergado en el mundo. Mientras todos gozamos de la vida en proporción con nuestros recursos, el millonario, no.

Y esto sin perjuicio para nadie. El público paga, mira y se marcha. De todos modos, son aves de paso, que sólo vienen una vez: el que se va ya no vuelve. ¡Y qué son cuatro míseras pesetas, cuando por ellas se ve uno de los templos más gloriosos de la cristiandad, la cuna del catolicismo español, la catedral de Toledo! ¡Como quien dice nada...!

En rústica, 5 pesetas; en tela, 7. =Costumbres de los insectos=, con grabados y 16 láminas fuera de texto, según fotografías de P. H. Fabre, y portada en color. En rústica, 5 pesetas; en tela, 7. =La vida de los insectos=, con grabados y 11 láminas fuera de texto, según fotografías de P. H. Fabre, y portada en color. En rústica, 5 pesetas; en tela, 7.

Aunque don Antonio anda ahora muy ocupado en eso de la Bolsa, siempre tendrá tres mil pesetas para favorecer a unos buenos amigos. Tampoco. A ése, menos. No quería adquirir compromisos con unas personas así... tan ordinarias. Justamente había sabido el día anterior que Amparito tenía relaciones con el hijo de Cuadros, y había experimentado un verdadero disgusto.

El tal vicario tenía la costumbre de coger su sueldo, cambiarlo en plata y dejarlo encima de la mesa formando un montón, no muy grande, porque el sueldo no era mucho, de duros y de pesetas.

La jardinera pasó un día al palacio del arzobispo, pero don Sebastián estaba con el arrechucho y no quiso recibirla, envíandola dos pesetas con un familiar. No son malos decía la jardinera, entregando sus colectas a la pobre madre , pero cada uno vive para él, y el prójimo que se arregle. Nadie parte ya el manto con nadie.... Toma esto y veas cómo sales del paso.

Los venales encargados de la vigilancia les imponían contribución según su clase: tantas pesetas a los mochileros, tantos duros a la gente de a caballo.

La inflexible señora depositaba en sus manos cada domingo tres pesetas; ni más ni menos. Era todo el caudal de que disponía durante la semana para sus vicios, salvo el fumar, que ella subvencionaba, comprando los cigarros por misma. Cuando necesitaba un sombrero, ella se lo compraba; cuando un traje o unas botas, se avisaba al sastre o zapatero para que viniese a tomar las medidas.

Y si lo fuese, la cosa tiene poca importancia para . Figúrate que hoy mismo me ha dicho mi madrastra que me deja por heredera de toda su fortuna. Pepa abrió los ojos con sorpresa. ¿La duquesa? ¡Oh, pues no son más que cincuenta millones de pesetas! Creo que la pobre está muy enferma.... Bastante.

Entonces acometiole de pronto la sospecha de que se hubiese fugado con el dinero. Apenas nacida esta sospecha se fue enseñoreando rápidamente de su espíritu. Samper no era rico y treinta mil pesetas pudieran haberle seducido. Aguardó todavía algún tiempo y al cabo se lanzó a la calle dirigiéndose a paso largo hacia la casa de huéspedes en que aquél habitaba.