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La dulce presión del brazo de la hermosa, aquel suave perfume, siempre el mismo, que exhalaba de su gentil persona, enajenaban al joven entomólogo, ya predispuesto a enternecerse por la prueba de cariño que su amada acababa de darle. Esta, que le conocía perfectamente, al sentir que le oprimía con más fuerza el brazo, le miró a la cara con fijeza, segura de encontrar lágrimas en sus ojos.

Y luego, a la voz del celebrante, que se elevaba sonora entre los devotos murmullos del concurso, cuando comenzaban a ascender las primeras columnas de incienso, de aquel incienso recogido en los hermosos árboles de mis bosques nativos, y que me traía con su perfume algo como el perfume de la infancia, resonaban todavía en mis oídos los alegrísimos sones populares con que los tañedores de arpas, de bandolinas y de flautas, saludaban el nacimiento del Salvador.

Las conocía por el aire de suficiencia que respiraban, por la majestad, que como un perfume se exhalaba de sus personas, y por el amaneramiento de todos sus gestos y ademanes.

El perfume de sus pañuelos la embriagaba, deslumbrábale el brillo de sus joyas, y las palabras lisonjeras, insinuantes, con que la envolvía sin cesar arrullaban dulcemente su corazón virginal. Según trascurría el tiempo iba perdiendo paulatinamente aquel humor chancero. Se había hecho más grave, más reservada y tímida. Creció asimismo su susceptibilidad hasta lo indecible.

La mañana era hermosa; el cielo estaba claro y profundo como un mar azul; el sol desprendía del follaje de las encinas un perfume penetrante que dilataba los pulmones y daba bienestar al corazón. Catalina salió de su choza y se adelantó hasta la orilla del bosque, por un sendero que, dando varios circuitos, conducía a la calzada de la aldea de Orsdael.

Su traje era sencillo, de viaje, pero tan original el corte y con tal lujo y esmero en los pormenores, que se echaba de ver inmediatamente la elevada calidad de la persona. Despedía de ella un perfume suave que vino a herir su nariz así que puso el pie en el cuarto.

Salaba los jamones con singular habilidad. El adobo con que preparaba los lomos antes de freírlos en manteca era sabroso y delicadísimo, y teñía la manteca de un rojo dorado que hechizaba la vista, daba delicado perfume y despertaba el apetito de la persona más desganada cuando entraba por sus narices y por sus ojos.

Vuestro perfume intenso de prostituta histérica, que incita al sacrilegio, lo anhela todo el mundo, desde el burgués intonso hasta el artista egregio, y desde el venerable que reza su responso y ornamenta sus dedos con aguas de amatista hasta el viejo eremita que entiende el sortilegio, conversa con los astros y es brujo y alquimista.

La necesidad de distraerse le hizo rebuscar en el bolsillo interior de su americana, sacando junto con la cartera un sobrecito que despedía suave e intenso perfume.

Paladeaba las nimiedades del amor, que turbaban dulcemente la vulgaridad monótona de su vida. Las cartas de sobra prolongado y escritura femenil le salían al encuentro en la mesa de su despacho, entre la correspondencia comercial, con un perfume de alcoba pecadora que estremecía su carne y parecía traerle una ráfaga cargada de taponazos de champagne y música chillona de café concierto.