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»¡Qué feliz sería aquel Magistral, anegado en luz de alegría virtuosa, llena el alma de pájaros que le cantaban como coros de ángeles dentro del corazón! Así él tenía aquella sonrisa eterna, y se paseaba con tanto garbo por el Espolón en medio de perezosos del alma, de espíritus pequeños y... vetustenses. ¡Y qué color de salud!

Convendré, , en que costará trabajo, pero no en que es imposible. Por reiteradas experiencias tengo conocido que los indios Guaranís no son tan perezosos como los suponen, ni aun se les debe notar de perezosos.

Miquis veía lo que todo el mundo ve: muchos trenes, algunos muy buenos, otros publicando claramente el quiero y no puedo en la flaqueza de los caballos, vejez de los arneses y en esta tristeza especial que se advierte en el semblante de los cocheros de gente tronada; veía las elegantes damas, los perezosos señores, acomodados en las blanduras de la berlina, alegres mancebos guiando faetones, y mucha sonrisa, vistosa confusión de colores y líneas.

Quintanar pasó a la convicción contraria; se le antojó que bien podían ser las ocho, se vistió deprisa, cogió el frasco del anís, bebió un trago según acostumbraba cuando salía de caza aquel enemigo mortal del chocolate, y echándose al hombro el saco de las provisiones, repleto de ricos fiambres, bajó a la huerta por la escalera del corredor pisando de puntillas, como siempre, por no turbar el silencio de la casa. «Pero a los criados ya los compondría él a la vuelta. ¡Perezosos!

Son tan humildes y obedientes, particularmente a los españoles, y a los que reconocen superiores, que obedecen ciegamente y sin examen cuanto se les manda. Son tenidos comúnmente por perezosos, fundándose en que es preciso compelerlos con rigor al trabajo, no tan sólo para lo que es de comunidad, sino también para lo que es propio de ellos.

Apóyate contra la puerta, quizá consigas romper la cerradura. El señor Hellinger era un coloso. Apoyó uno de sus robustos hombros en la tabla cuyas junturas, al primer esfuerzo, comenzaron a crujir. Despacio le dijo su mujer. Los sirvientes están en el vestíbulo. ¡Idos a hacer algo en la cocina, montón de perezosos! gritó en la escalera su voz regañona. Abajo se oyeron golpes de puertas.

Los serenos que dormitaban en las esquinas, sentados cerca de su linterna, se levantaban al oir el paso de los caballos, saludaban, y se iban a lo largo de las aceras perezosos y distraídos.... Los faroles mortecinos brillaban de trecho en trecho con luz rojiza en la obscuridad de las calles, como cirios en funeraria pompa. Unos cuantos minutos y estaría yo a la cabecera de la enferma.

Porque los manchegos son perezosos, indican á su turno los pesimistas que deprimen y calumnian al pueblo español. Ambas disculpas son sofísticas. Donde quiera que en la Mancha se quiere tener agua, no hay mas que cavar un poco y surge á torrentes. Ademas, á corta distancia están las serranías, de cuyas corrientes purísimas puede la industria obtener, por medio de canales, toda el agua necesaria.

Mis camaradas eran todos hijos de campesinos de la vecindad o muy perezosos para ir a la escuela o demasiado pequeños para trabajar la tierra, y todos ellos me animaban con su ejemplo a vivir sin preocuparme lo más mínimo del porvenir.

Los capataces recién llegados de Europa parecían asombrados. ¿Y aún dicen que los indios son perezosos?... Pero al cobrar el jornal de la semana desaparecían, y sus protectores y admiradores los esperaban en vano todo el lunes siguiente. Sólo cuando quedaba consumido el último centavo en las tabernas donde hay acordeón y baile, pensaban en reanudar el maldecido trabajo.