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Allí tambien se acerca el peregrino, Para doblar humilde la rodilla Ante la hermosa, en cuyas sienes brilla La corona que adorna á la virtud; Y cuya frente cándida y serena, Como el disco argentado de la luna, Que se refleja en plácidas lagunas, Del corazon refleja la quietud.

Nuestras miradas se dirigian codiciosamente hácia adelante, buscando á Paris, como el peregrino que llega á Sion al declinar la tarde, busca con los ojos desencajados los torreones de Jerusalen. ¡Cómo nos latia el corazon! ¡Paris! ¡Ya vamos á llegar á Paris! Esta parte poética de los viajeros, es sin disputa una de las emociones más bellas de la vida.

Pareció el nuevo sistema muy ventajoso y cómodo a la tullida, que venía a estar como si tuviese dos hijos y ambos ganasen para sustentarla. Pero Amparo vivía inquieta habiendo advertido cierto peregrino cambio en la actitud y modales de Chinto.

Ha creido uno quando era niño, que el Santuario de su tierra es un seminario de milagros, que un Peregrino formó la Imagen que en él se venera, y que no puede disputársele, ó la prerrogativa de tocarse por misma la campana, ó de aparecer tal dia florecillas, ú otras cosas maravillosas, con que Dios le distingue entre muchos otros.

Cada día, en el extremo de la huerta, bajo los álamos frondosos, hacía el Padre Ambrosio un largo discurso que frailes y novicios escuchaban en religioso silencio. No siempre comprendía la mayoría del auditorio todo cuanto el padre describía o contaba; pero, hasta lo menos comprendido tenía un no qué de peregrino y poético que deleitaba y cautivaba la atención.

Se detenía ante la capilla de Santiago, mirando a través de las verjas de sus tres arcos ojivales. En el fondo, el santo de las leyendas, vestido de peregrino, con la cuchilla en alto, atrepellaba con su caballo a la morisma. Grandes conchas y escudos rojos con una luna de plata adornaban los muros blancos, subiendo hasta la bóveda. Esta capilla la miraba su padre el jardinero como cosa propia.

Diría que es un religioso ó peregrino, á no ser por las extrañas mercancías que parece tener de venta, dijo Simón. Acercándose vieron que sobre una tabla que delante tenía se hallaban colocados en línea algunos trozos de madera, varias piedras y un clavo de buen tamaño.

Allá van, sin más arreos que el calzado y bordón del peregrino; ellos son, allá van, arde en deseos su pecho, hoguera del amor divino; ellos, los pescadores galileos, allá van, cada cual por su camino; hombres son de entre el pueblo despreciado y apóstoles de un Dios crucificado.

La luna caia sobre los borbotones de agua y de espuma, y daba á la nube de agua que las fuentes arrojan, la diafanidad y el brillo del nácar, de la concha ó del cristal, mientas que en medio de las dos fuentes, emblemático y silencioso, se levantaba el monumento de otras edades, la creacion de otra raza, el peregrino de otras religiones, un viajero de otros climas, de climas remotos y poéticos; el obelisco de Loupsor, cerca del Cairo.

De noche, con este disfraz, va á caza de víveres: óyesele y se reconoce al peregrino al ruido que mueve con su concha, pues sólo consigue arrastrarla cojeando y dando tropiezos. Otros, en fin, más honrados, descorazonados del movimiento y de sus luchas con el mar, prefieren la tierra, no tan aguerrida y agitada.