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Este matrimonio nos trae al magín un soneto que escribimos, allá por los alegres tiempos de nuestra mocedad, y que, pues la ocasión es tentadora para endilgarlo, ahí va como el caballo de copas: Caséme por mi mal con una indina, fresca como la pera bergamota; trájome suegra y larga familiota y por dote su cara peregrina.

Mira ese cielo. ¿Ves aquella estrella, Que entre las otras fúlgida descuella Del mar en el confin? Ese es tu hijo tambien. ¡Chispa divina, Que brotó de tu mente peregrina, Y en sus alas llevóse un serafin! ¿Por qué llorar?

Oh , que en esa mente generosa Abrigaste una utopia celestial, Antes que ver los infortunios nuestros En tu lecho de tierra duerme en paz! Era una chispa de la luz divina Que en una noche descendió del cielo Para alumbrar tu mente peregrina, Y que al brillar la estrella matutina Se oscureció en el suelo.

Nadie hubiera podido criticar sus salones por lo chillón y lo dorado de los adornos, pero hubiera habido en ellos algo de trivial y sin carácter propio, si la mencionada dama, o por reflexión o por instinto, no hubiera acudido a ponerles un sello de originalidad peregrina, un tinte marcado de distinción semi-aristocrática, semi-americana.

Enrollada la saya en torno de la cintura, tocada la cabeza con un pañuelo de lana, cuyos flecos le formaban caprichosa aureola; asido el ramo de tejo, de cuyas ramas pendían rosquillas, estaba la peregrina que va a la romería famosa a que no se eximen de concurrir, según el dicho popular, ni los muertos; a su lado, con largo redingote negro, gruesa cadena de similor, barba corrida y hongo de anchas alas, el indiano, acompañábanle dos mozos de las Rías Saladas, luciendo su traje híbrido, pantalón azul con cuchillos castaños, chaleco de paño con enorme sacramento de bayeta en la espalda, faja morada, sombrero de paja con cinta de lana roja.

Venía enferma y descolorida, y tan fatigada, que mandó que luego le hiciesen la cama, y en esta misma sala se la hicieron sus criados. Yo y mi mujer preguntamos a #éstos# quién era la tal señora y cómo se llamaba, de adónde venía y adónde iba, y por qué causa se vestía aquel hábito de peregrina.

Con este motivo el contrabandista contaba una peregrina historia; afirmaba haber descubierto al poner las vigas, en el fondo de una hendedura, una lechuza blanca como la nieve, ciega y escuálida, copiosamente abastecida de musarañas y murciélagos. Por esto, Marcos la había denominado la abuela de la comarca, suponiendo que todos los pájaros se preocupaban de alimentarla, a causa de su mucha edad.

En cuanto tenía noticia por los periódicos de cualquier invención peregrina, corría a leerle el suelto a su mujer, y guardaba el periódico para leérselo igualmente a los muchos tradicionalistas que frecuentaban la casa. Si el invento no era costoso, hacía que le remitiesen la máquina, aunque no le sirviese para nada.

Era, sin embargo, cierto que había visitado en Caprera a Garibaldi, y confiádole una peregrina historia que explicaba por completo la desaparición de los papeles, sin culpa de nadie, por supuesto.

Languidecer de sedas y plumajes, en un vuelo de ciega golondrina, fué su marcha, de muerta y peregrina, hacia un sueño de místicos paisajes. Envanecidos sus gloriosos velos, cayó la noche tras su blanca sombra, con un dolor de exhaustos terciopelos; Y desde entonces inconsciente y mudo busca mi labio en la enlutada alfombra el tibio rastro de su pié desnudo... Octubre, 1921.