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De allí pasaron á Pacía ciudad vecina, y la ganaron con la misma facilidad, y trataron con el mismo rigor. Parecióles á nuestros Capitanes ocupar estos puestos, por que la gente iba creciendo, y era ya bastante para dividirse y acercarse á Constantinopla, cuya perdicion y ruina era el último fin de sus peligros y fatigas.

Es casi seguro que mis lectores se cansarán de estos sermones indigestos; pero me atrevo á suplicarles indulgencia, en gracia al menos de la buena intencion con que lo hago. ¡Quién sabe si alguna mujer, al ver estas líneas, sale del abismo de la perdicion, del abismo del lujo, de la idolatría de los aderezos, de las joyas y de las galas! ¡Quién sabe si mis fervorosos consejos pueden hacer algun bien en el mundo!

María de la Paz, en su afán de decirlo todo, expuso, con su lucidez acostumbrada, que aquel caballerito había estado en el camino de la perdición á causa de las malas compañías; pero añadió que ellas le protegían, y esperaban lograr traerlo al buen camino. ¿De dónde eres, muchacho? dijo el padre, que era muy brusco, muy francote, y trataba de á todo el mundo. De Ateca, en Aragón.

Con astucia le iba atrayendo a la determinación que ella deseaba, haciéndole entender, cada vez con más fuerza, que si se negaba a acompañarla se marcharía sola. Esto le parecía al excusador el colmo del escándalo. Además, se expondría a mil accidentes lamentables, y acaso a su perdición completa. Consentirlo, era echar sobre la conciencia una terrible responsabilidad.

Luego Rocafort, famoso por sus victorias; y aunque sin estos en nuestro campo habia muchos caballeros, y capitanes de nombre, que pudieran ocupar este puesto, habian todos perecido por la crueldad de Rocafort, que como á émulos y competidores les procuró siempre su perdicion; porque no hay razon que prevalezca en un hombre cuando se atraviesa la conservacion de un puesto grande, y los medios que pone para adquirille, y mantenelle, no repara en si son buenos, ó malos, á trueque de salir con su pretension.

En seguida, levantándose de la silla y fingiendo un enojo implacable, agregó: ¡Vade retro! ¡vade retro! señor hipócrita, señor apestado, señor brujo, leña de Satanás! Sépase el galancete que su alma están en propincuo peligro de perdición, si es que ya no la tiene vendida al infierno, y que a no existir el secreto sacramental sería entregado aquí mismo a los familiares del Santo Oficio.

JIMENA. ¿Mas por qué por el de Luna tanto empeño manifiesta? LEONOR. Esa soberbia ambición que le ciega y le devora es ¡triste! mi perdición. ¡Y quiere que al que me adora arroje del corazón! Yo al Conde no puedo amar, le detesto con el alma; él vino ¡ay Dios! a turbar de mi corazón la calma y mi dicha a emponzoñar. ¿Por qué perseguirme así? Desde anoche le aborrezco más y más.

A María Antonia no remordía la conciencia, sino de su propia perdición y no de haber procurado la ajena. Sólo en una ocasión se mostró ella propicia a cometer tan doble y feo delito, pero se frustró y quedó en conato, gracias a la entereza de un sujeto y sobre todo, gracias a la misericordia divina. Con horror recordaba La Caramba aquel caso.

En seguida comprenderá usted que es el acuerdo más conveniente. Si usted se obstina en retenerla en casa y consigue que rompamos nuestras relaciones, un día u otro, créame usted, Concha caerá en la perdición. Usted, entregado a sus quehaceres, no puede vigilarla; yo .

Sin embargo, hoy se invoca aún por cierta escuela la moralidad de aquellos tiempos. Cierta escuela grita aterrada que tocamos ya un período disolvente, que nos precipitamos por instantes en un abismo de perdicion. La escuela á que me refiero dice bien: corremos por instantes á la disolucion.... de dicha escuela. A las once en punto entraba en el patio del hotel de Feydeau.