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No advirtió ni la longitud del camino, ni los rodeos interminables, ni la fatiga, ni el dolor. El imperio de una idea fija le hacía insensible a todo; su único temor era perder a su conductor o ser visto por él.

En circunstancias muy críticas, no hay más remedio que perder la vergüenza... ¿No se te ocurre, como a , que tu D. Romualdo podría sacarnos del compromiso?». La criada no contestó. Preparando la comida de su ama, daba vueltas en su mente a las combinaciones más sutiles. Repetida la proposición por Doña Paca, pareció que Benina la encontraba razonable. «D. Romualdo... , .

Yo me doy a entender que ellos dijeron todo lo que quisieron, y que, sin miedo de perder el favor del amable soberano que los hospedaba y regalaba con generosa magnificencia, permítaseme lo familiar de la frase, se despacharon a su gusto.

Salomé separó á Clara con un ademán desdeñoso del lecho de su prima, diciendo: Nuestra paciencia nos va á perder. Cuidado, Paz, que somos demasiado condescendientes. ¿Cómo es que está todavía aquí esta mujer? Al momento á la calle. Vamos, pronto dijo Paz. Recoja usted sus bártulos, y al momento. Haga usted un lío de su ropa.

Habla claro... ¿nos casamos o no? Ahora no puede ser, ya te lo he dicho contestó él sin perder su continente flemático. ¿Y cuándo? ¡Qué yo! El tiempo, el tiempo dirá. Pero has de tener calma, hija... un poco de calma.

Su madre tuvo que aguardar. En vano la pobre mujer la dió prisa, revolviéndose impaciente en la barraca, como espoleada por la campana que sonaba á lo lejos. Iban á perder la misa. Mientras tanto, Roseta se peinaba con calma, para deshacer á continuación su obra, poco satisfecha de ella. Luego se arreglaba la mantilla con tirones de enfado, no encontrándola nunca de su gusto.

Volvió al balcón trémula de impaciencia, triste, como la luz violeta que se difundía por el cielo, con vetas rojas que reflejaban el sol poniente. Iban a perder el tren; tendrían que aguardar hasta el día siguiente. Un contratiempo que trastornaba la seguridad de su huida. Volviose con nervioso movimiento al oír que la llamaban desde la puerta de la habitación: Signora, una lettera.

Has tenido la desgracia de perder a tu madre cuando naciste, de no haberla conocido; era una verdadera dama, noble, distinguida, de modales muy finos, y que se hacía respetar de todos.

, señora, del fiador; el señor Esteven ha garantizado la firma de su sobrino. La señora sintió un desvanecimiento tan grande, que creyó iba a perder el sentido. ¡Esteven fiador de Quilito!

Al principio no vió nada; pero lentamente, empujado por la curiosidad de los que estaban detrás de él, fué abriéndose paso entre los cuerpos sudorosos y apretados, hasta verse en primera fila. Algunos espectadores estaban sentados en el suelo, con la mandíbula apoyada en ambas manos, la nariz sobre el borde de la mesilla y la vista fija en los jugadores, para no perder detalle del famoso suceso.