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No quería ponerse a mal con aquella gentuza, por lo que pudiera tronar, y sin perder tiempo ni meterse en dimes y diretes con el vicioso Luquitas, por el abandono en que a su mujer tenía, se fue derecha a su objeto: «¿Y no está por aquí la Pitusa?

Y usted lo ha animado y hasta excitado... Le ha hecho usted perder la cabeza. Nada de eso. Puedo afirmar que es enteramente dueño de mismo. Luciana exclamé, júreme usted que no hay nada entre ustedes. De buena gana, amigo mío... Pero, ¿qué llama usted «nada»? Me ha hecho el amor, no lo niego. Pero usted, ¿qué ha respondido? Palabras sin significación... y nada más.

Y sin perder instante expidió las órdenes para que condugesen 25 balzas del pueblo de Capachica, y se mantuvo un dia en este puesto, así para dar descanso á sus tropas, como para conocer el estado de las armas: diligencia oportuna, porque al siguiente dia un indio de aquella inmediaciones avisó que los enemigos venian marchando, dispuestos para al ataque; como efectivamente se verificó, y al medio dia habian ya bajado de las montañas, y se adelantaban con ademan de acometer el campo que ocupaban nuestras tropas.

Estas noticias le avivaron el deseo de registrar aquel país y conocer á sus naturales; y así, no haciendo caso del riesgo de perder la vida, animó y exhortó á algunos de sus neófitos á que le acompañasen.

Empezó á elevarse, sin perder su tiesura militar, con el casco en la cabeza, el entrecejo fruncido, el bigote rubio y corto, y más abajo el pecho color de mostaza, las manos enguantadas que sostenían unos gemelos y un papel. Pero aquí terminaba su individualidad.

Se le pusieron delante libros de actas, presupuestos, pólizas, planos, expedientes, una selva oscura que le hizo perder la noción del tiempo y la del espacio.... Se creía en el aire, en un aquelarre. Le zumbaban los oídos.

Aquisgram, gracias á los progresos de su activa fabricacion, principalmente de paños, máquinas y alfileres, ha sufrido muy saludables modificaciones en su estructura general, que le han hecho perder casi totalmente su antiguo aspecto.

Cuando Apolonio progresaba hacia las candilejas, doblando a tiempo la espina, pero sin perder, no obstante, su maravillosa prestancia y pontificia dignidad, una voz emitió clamorosa solicitud: «¡Que nos enseñe el negro de la uña...!» Truculentos aplausos. La voz pertenecía a un estudiante de veterinaria; pero Apolonio, sonriendo por dentro con fruición, pensó: «Eres Belarmino, el reptil.

Aquellas señoras tardaban mucho más de lo que había contado. Dejó el libro, se levantó, y como no había nadie en la sala, se puso a dar vivos paseos sin perder de vista el pestillo, cuyo movimiento esperaba. Al cabo de media hora sonó por fin la malhadada cerradura; pero aún en la puerta se estuvieron las señoras largo rato despidiéndose.

Algunas partidas de cientos que he tenido la fácil galantería de perder con el señor Laroque, me han conciliado los favores del pobre anciano, cuyas débiles miradas se clavan algunas veces sobre , con una atención verdaderamente singular.