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Al dar la una y media comenzaron a despedirse los contertulios: a las dos sólo quedaban en el magnífico salón los dueños de la casa, marido y mujer, ambos jóvenes, hermosos y al parecer felices: él se puso a leer un periódico de la noche y ella se entretuvo escribiendo con un lápiz de oro al dorso de una tarjeta las visitas y compras que pensaba hacer al día siguiente.

Unas veces creía sentir que le manoseaban el corazón y se lo estrujaban hasta no poder más; otras veces pensaba que se lo metían entre hielo, y allí lo tenía tiritando sin que valiesen de nada las pieles y franelas que le ponían sobre el pecho, hasta que por una brusca transición entraba en un horno encendido donde se abrasaba de tal suerte que hacía pedazos con sus manos crispadas cuanta ropa le habían echado antes encima; otras, en fin, sentía un animal que clavaba en él los dientes, produciéndole tan agudos dolores que no le dejaban fuerzas para gritar.

Pensaba en que él observaba quizá un prudente disimulo parecido al que ella observaba; y de esta suerte se avenía a perdonarle que no se rebelase contra doña Inés; que fuese tan obediente que de diario viniese a la tertulia; que no pocas noches, según Juanita averiguó, cumpliendo don Paco con el mandato de su hija, acompañase a doña Agustina hasta su domicilio, para que no fuese sola con la criada que venía en su busca, y que tal vez se mostrase cortés y galante con doña Agustina para que doña Inés no rabiara.

Todas las noches, al dar gracias al Señor por el día que había pasado con felicidad, yo pensaba en las cosas que habían sucedido, en lo que había dicho, en lo que había pensado; pero en cuanto a escribir no sabía por qué parte comenzar; pues todos los días eran iguales. Entonces esperé a hallarme en casa; y por fin comencé.

Seguían publicando historietas de la guerra para mantener el entusiasmo, pero ninguna noticia cierta. El gobierno lanzaba comunicados de vaga y retórica sonoridad. Desnoyers se alarmó: su instinto le avisaba el peligro. «Algo hay que no marcha pensaba ; debe haberse roto algún resorte

Aquí pensaba yo lucirme describiendo las bellezas naturales de la isla, sus antiguallas, sus famosas ciudades, como Gnosos y Gortina, los vestigios del Laberinto donde estuvo encerrado el Minotauro, los esquivos lugares en que los dáctilos y los curetes bailaban sus danzas guerreras en torno del futuro monarca de los hombres y de los dioses, la sagrada caverna en que durmió su sueño secular Epiménides, y el punto en que se embarcó Ariadna con el falaz e ingrato Teseo, que luego la abandonó en Naxos, de donde la sacó en triunfo el dios Ditirambo con toda aquella comitiva estruendosa de faunos y de ménades, que tan gallardamente nos describen los poetas.

Sucedió, pues, que, saliéndose una mañana a imponerse y ensayarse en lo que había de hacer en el trance en que otro día pensaba verse, dando un repelón o arremetida a Rocinante, llegó a poner los pies tan junto a una cueva, que, a no tirarle fuertemente las riendas, fuera imposible no caer en ella.

Volvió á encerrarse en Villa-Sirena, para no ver á nadie. Odiaba á las gentes y al mismo tiempo pensaba con cierto miedo en las disimuladas sonrisas que podían saludar su paso, en los comentarios que surgirían á sus espaldas.

Hablaba y pensaba como hablaban y pensaban los demás, y encontrar sus propias ideas, sus propias palabras, era tan imposible como encontrar en un montón de trigo un grano determinado. Sucede a veces que alguien dice algo fuerte, violento, que queda grabado en la memoria de los demás, aunque lo diga en estado de embriaguez o sin reflexionar.

Parece mentira que seamos tan amigos ¿no es verdad? Yo pensé cuando le dejé caer la muñeca encima que le había matado... ¡Qué miedo tuve! ¡Si V. viera!... Vamos a ver ¿por qué en lugar de enfadarse se sonrió V. conmigo? ¡Toma! porque me gustó V. mucho. Eso pensaba yo: debí de haberle sido simpática, porque sinó la verdad es que tenía motivo para ponerse furioso.