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Luego, la nieve se extiende sobre las alturas, y, con frecuencia, la niebla que sube por la pendiente del monte, deja tras un triple fenómeno de tristeza; en lo más alto ha teñido de blanco el obscuro bosque; más abajo, un color gris de agua y de nieve, y en las gargantas de la sierra lluvia fría y abundante.

Al día siguiente, tempranito, trancó la bodega, después de encerrar en ella la ejecutoria y algunas escrituras; colgó la llave, por el anillo, de un tirante de su pantalón, puesta ya su mejor ropa, guardó en un pañuelo un par de camisas de estopilla, y pendiente este lío de un garrote de acebo chamuscado que se echó al hombro, partió hacia el camino real á esperar la primera diligencia que pasara con dirección á Madrid.

No sólo en su traje podían observarse los refinamientos de la moda secundada por la propia fantasía, sino que en su trato y en sus modales se iba operando un cambio visible. En sus relaciones con Clementina continuaba siendo el niño tímido, el mismo esclavo sumiso que vivía pendiente de un gesto o una mirada de su dueño. El amor echaba en su corazón cada vez más hondas raíces.

Recordaba que su compañero había tenido varios lances, y esto le hacía suponer que bien podría llevar con él esta clase de armas. Siento que usted no las tenga, Fernando, y no cómo salir del paso. Hay un duelo pendiente a bordo, y los adversarios, así como los otros testigos, me han hecho el honor de confiarse a mi pericia, encargándome la preparación del combate. Una misión difícil.

Uno que hacía allí de capataz o medio mayordomo se brindó a servirles de guía. La finca estaba situada en la pendiente de la misma suave colina donde está asentada Lancia. A espaldas de la casa se encuentra el bosque, que le priva de la vista de la ciudad. Así que con hallarse tan próxima parece que se está a cien leguas de ella, en la amable soledad del campo.

Resbala un viajero sobre una roca de pizarra lisa y muy pendiente, cortada bruscamente por un precipicio de cien metros de altura.

Lo que ostentaba la Virgen en el pecho, pendiente de una cadena, era de Gallardo el torero. Pero otros compartían con él la admiración popular. Las miradas femeninas devoraban absortas dos perlas enormes y una hilera de sortijas.

Allá, en el tejado, ágiles y voluptuosos, disponiendo de la casa del hombre y del cielo azul, se ríen de toda aquella muchedumbre pendiente de las patas de los caballos, inferiores a la ligereza de sus alas.

Subieron por una escalera de ecos despiertos, grande como una calle en pendiente, con revueltas anchurosas que permitían en otros tiempos el paso de las literas y sus portadores.

«Sentémonos aquí dijo Benina al llegar junto a la Fábrica de alquitrán ; estoy cansadita. Aquí no... más abaixo...». Y se precipitaron por un sendero empinadísimo, abierto en el terraplén. Hubieran rodado los dos por la pendiente si Benina no le sostuviera moderando el paso, y asegurándose bien de dónde ponía la planta.