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Entrada la mañana, salió al comedor, llamando a Leocadia para que preparase el desayuno del padre, y la encontró en la cocina sentada en una silla, puesto ante otra el espejo, llena la falda de horquillas y concluyendo de hacerse un peinado complicadísimo. A las nueve llegó doña Manuela, y Pepe, oyendo sus pasos en la escalera, la abrió la puerta antes de que llamase.

También encontró la vieja fotografía de una dama con peinado romántico y largos pendientes, semejante á la asesinada emperatriz de Austria. Era su esposa, y había muerto en Khartoum, hecha pedazos por los fanáticos del Sudán, capitaneados por el Madhí, cuando su marido iba con el general Gordon.

El joven cobró aliento. Pero cuando ella le volvió la espalda para escuchar la ópera, estaba tan alterado aún y confuso que no se atrevió a besar el cabello, aunque el peinado era bajo y la ocasión más propicia que nunca. Al cabo de un rato, Clementina se volvió de pronto y le dijo en voz baja: ¿Por qué no besa usted hoy el pelo como otras noches? La emoción fué inmensa, abrumadora.

Este joven, descolorido, imberbe y peinado untuosamente, posee la gentileza usual en cualquier otro de su especie; es deplorablemente rubio y delgado; sus ojos, de un azul de porcelana, tienen una expresión desabrida, que equivale a falta de expresión.

Vamos, no estaban del todo mal; y con un retoque al peinado y a la cara, un bouquet en el pecho y dos tirones al talle para que no hiciese arrugas, se dieron por satisfechas y se lanzaron al público. Eran ya cerca de las diez. La mamá estaba en el salón hablando con doña Clara, una señora antipática y ordinaria que la visitaba con frecuencia, y las niñas, huyendo de tal visita, pasaron al comedor.

No sólo los trajes, las armas, el peinado y demás adornos de las personas, sino también los edificios y los muebles habrían de ajustarse siempre con la posible exactitud á la época y al país en que se desenvolviese la acción dramática. Únicamente podrían quedar exceptuados de esta regla algunos dramas antiguos en que hay algo de fantástico y de ideal en el lugar y en el tiempo.

Ya la pálida novia que esperabas en busca de tus brazos ha llegado a enfriar los ardores de tu carne y a calentar las nieves de tu tálamo. El juego de sus dedos ha deshecho el trenzado de sedas del peinado y la luz moribunda de tu lámpara al soplo de su aliento se ha apagado. Sonríe, poeta del dolor, sonríe; la hora de los besos ha sonado...

Un día, al ver que la desventurada se había peinado con menos sencillez que de ordinario, y se había vestido, reformando un poco su natural elegancia con el poderoso instinto de la moda, que las mujeres más apartadas del mundo poseen, la riñó, repitiéndole muchas veces esta frase que le costó lágrimas á la infeliz: "Clara, te has echado á perder."

Aquella mujer singularísima, bella y varonil tenía el pelo corto y lo llevaba siempre mal peinado y peor sujeto. Cuando se agitaba mucho trabajando, las melenas se le soltaban, llegándole hasta los hombros, y entonces la semejanza con el precoz caudillo de Italia y Egipto era perfecta.

"¿Y adonde se hallará ése, decía yo entre , si Dios agora de nuevo, como crió el mundo, no lo criase?" Andando así discurriendo de puerta en puerta, con harto poco remedio, porque ya la caridad se subió al cielo, topóme Dios con un escudero que iba por la calle, con razonable vestido, bien peinado, su paso y compás en orden. Miróme y yo a él, y díjome: "Mochacho, ¿buscas amo?"