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Tiéndense los músculos del pecho, se contornea la espalda, y el ángulo del codo y las suaves curvas del hombro describen en su dilatación graciosas líneas que dan armoniosa expresión escultural á toda la figura. Concluida la operación del peinado, Clara echó una mirada de deseo y desconfianza á la última gaveta de la enorme cómoda en donde tenía su ropa.

Acertó éste a ponerse al nivel de conversación de Lucía, y mostrose muy enterado de cosas femeniles, infantiles dijera mejor; y llegó el caso de que la niña le consultase acerca de su peinado, de sus trajes, y Miranda muy serio le dispusiese bajar o subir dos centímetros el talle o el moño.

Imitó el peinado de su general, con la raya de la frente á la nuca, mechones en las sienes alisados hacia adelante y bigotes unidos con las patillas, á la rusa.

Pero su peinado era primitivo, y en su bata se podían estudiar por inducción todas las incidencias del gobierno de una casa pobre. Una tarde había dicho a D. Manuel: «No me mire usted. Estoy hecha un espantajo». Y él le había contestado: «Así, y de todas maneras, siempre está usted preciosa», galantería que ella agradeció mucho.

Yo te aseguro que el peinado te sienta a las mil maravillas, que el traje es elegantísimo y que eres tan hermosa como un ángel. Pues entonces la culpa no es de la modista ni del peluquero, sino exclusivamente mía. ¡Dios de bondad! ¿Cómo haces, Amaury, para tener un gusto tan detestable como el de quererme a ?

Entonces usaban las mujeres un peinado en forma de saca-corchos, cuyas ensortijadas guedejas se sostenían con plomo, y de esta moda y de las bombas francesas que proveían a las muchachas de un artículo de tocador, nació el famosísimo cantar: Con las bombas que tiran los fanfarrones, hacen las gaditanas tirabuzones.

Así hablan los hombres exclamó la Nati, una chulilla de Lavapiés que descubría el paño, no sólo en la conversación, sino también en el peinado, en los andares, en todo. ¡Qué simple eres, criatura! dijo la Amparo volviéndose a ella . ¿Te figuras que eso es cierto? Clementina le tiene más sumiso que un perrillo de lanas. Si se le antoja, le hace lamer la planta de sus pies.

Saludó con su aire grave, con aquel aire de gentleman que tanto le envidiaba Trabuco, su admirador y mortal enemigo. ¿Has confesado? , ahora mismo. ¿Con el Magistral, por supuesto? , con él. ¿Qué tal? ¿Excelente, verdad? ¿Qué te decía yo? ¿No subes? No, ahora no puedo. Obdulia oyó la voz de Ana y corrió al balcón, sin cuidarse de reparar el desorden de su traje y peinado.

Van vestidas como siempre, para que conste que no desean llamar la atención. Algunas no se han peinado siquiera y llevan la cabeza oculta en un turbante de velos. Además, guardan lo mejor del equipaje para sus empresas de tierra firme... Con ellas está Conchita, una paisana nuestra, una madrileña, que come estirada y seria, pues la pobre sólo puede entender por señas a sus compañeras.

Cada uno de estos hurtos los amenizaba con carcajadas, explicaciones humorísticas que ya no hacían reír. Todos sabían que aquél era el vicio de doña Visita. Las señoras dejaron a los criados el cuidado de la merienda y se fueron a lavar las manos, y arreglar traje y peinado. Ya sabían dónde estaba el tocador para tales casos. Era la habitación donde había muerto la hija segunda de los Marqueses.