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Y trató de ahuyentarla; pero, la idea, como mosca impertinente, la siguió hasta su cuarto, revoloteando sobre su cabeza, picoteándola en la frente, persiguiéndola incansable, más pegajosa cuanto más desechada. ¡Qué disparate! repetía misia Casilda. ¿De dónde ha venido a ocurrírseme semejante cosa? Solamente loca... ¡Dios me libre!

De lo que nadie tenía pleno conocimiento era de la precaria situación a que se veía reducido el ex miliciano mujeriego. La mudanza de tienda y calle no fue para él venir a menos, sino llegar a casi nada, por lo cual Carola empezó a mostrársele despegada y arisca, tanto como antes fue apasionada y pegajosa.

Todos los días, en un patio de su palacio de Petersburgo, le esperaba un monigote de tamaño natural hecho con la arcilla pegajosa y compacta que emplean los escultores, y permanecía ante él media hora ejercitándose. Lo importante no era asestar un golpe al enemigo, sino darlo bien, con la mayor profundidad y fuerza posibles.

Y el héroe que causaba admiración exponiendo su vida por salvar una familia pobre, hundido en la obscuridad, en aquella atmósfera pegajosa y pesada de tumba, pensaba únicamente en la casa azul, donde iba a penetrar por fin, pero de un modo extraño y novelesco. De vez en cuando un crujido, un salto de la barca, le volvían a la realidad.

Pronto reconocieron en aquella pelota a la hija mayor del escribano, que venía desmayada y con acardenalado y gordo chichón en la frente. Las mejillas y las narices las traía embadurnadas en una sustancia amarilla y pegajosa a la que las moscas acudían. Al pronto dio no poco que sospechar tal sustancia, pero luego se supo que eran yemas despachurradas.

Daba saltos y acudía con el peso de su pie a donde la llama era más viva; mas como también corría por el suelo la goma laca líquida y caliente, que es sustancia muy pegajosa, las suelas del calzado de la respetable señora se adherían tan fuertemente al piso, que no podía, sin un mediano esfuerzo, levantarlas.

Por la tienda de Cascos había pasado todo el romanticismo provinciano del año cuarenta al cincuenta. decía Bonifacio y decían todos los de su tiempo con una melopea pegajosa y simpática, algo parecida a canto de nodriza. Y decían también, esto con más energía: ¡Boabdil, Boabdil, levántate y despierta!... etc. Esta era la mejor y más sana parte de lo que se entendía por romanticismo.

Mientras tanto, el guerrero vestido de mujer hacía esfuerzos por librarse de aquella envoltura pegajosa, en la que flotaban unos cañones duros, negros y cortos. En el lado opuesto ocurría al mismo tiempo una catástrofe semejante.

Algunos hablaban de su mujer y sus hijos, y atusándose el pelo, justificaban con el amor a la familia lo extraordinario de sus ocupaciones. Hay que ayudarse con algo. Los tiempos están malos y cada uno se agarra a lo que puede. Uno de los jóvenes, el marqués que había encontrado a Maltrana cierto parecido con Beethoven, acosábalo con su pegajosa amistad.

En los ojos del Magistral, verdes, con pintas que parecían polvo de rapé, lo más notable era la suavidad de liquen; pero en ocasiones, de en medio de aquella crasitud pegajosa salía un resplandor punzante, que era una sorpresa desagradable, como una aguja en una almohada de plumas.