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Usted manda en esta casa... es usted el ama, y me manda a , y si me pide una cataplasma hecha con picadillo de mi corazón, al momento se la hago. ¿Ya está usted con sus guasas? Y ahora me toca a pedirle un favor... Usted dirá. Esta noche traigo los dulces de la boda.

Yo quería pedirle permiso para que me consienta coger una de las botellas vacías de agua de Vichy, e ir a llenarla con agua del grifo de los laureles. Nadie me verá ni nadie notará nada. ¿Por qué no? Se lo consiento responde la hermana, sonriendo plácidamente. Sepáranse. Apolonio siente maravilloso alivio; se le ha evaporado una gran pesadumbre de encima del corazón.

Algunas noches mucha suerte, y otras barranca abajo... ¿Se acuerda usted de aquellos veinte nacionales que vine a pedirle esa madrugada... que salí después?

Papá dice que con el tiempo todo se consigue, y que él acabará con esos santos que parecen hechos para asustar chiquillos. Ya sabes lo que son los indios. Y todos quieren mucho a su cura. Una vez dijeron allá que se iba; que le mandaban a otro curato, y todo el pueblo, todito, se juntó en la plaza, para pedirle que no los dejara.

Acababa, sin saberlo, de oprimir con fuerza el brazo en que su herida estaba abierta todavía, y fuera de , caí a sus pies para pedirle perdón por el daño que sin querer le había causado; quiso levantarme, y su cabeza tocó la mía, sus labios rozaron ligeramente los míos, y, en aquel momento, apareció Teobaldo.

Nicephoro difiere algo de Montaner en este hecho, porque dice, que Roger fué con solos doscientos caballos á Andrinopoli, y no para solo verse con Miguel, y darle cuenta de lo que se habia determinado en materia de la guerra, como Montaner escribe, sino para pedirle dinero, y cuando lo rehusase hacérselo dar por fuerza.

Mas otra vez volvió la patrona a pedirle dinero, y otra vez se vio precisado a empeñar un objeto de la escasísima herencia paterna; era un anillo de diamantes. Al cabo ya no tuvo qué empeñar.

Sabed que al hombre, como al hierro, hay que pedirle las cosas en caliente, porque pasados en uno el entusiasmo amoroso, y la incandescencia en otro, quedan fríos y duros, y a nada se prestan. Sin embargo, hay hombres de hombres. Don Juan se quitó de la boca el mango de pluma y escribió con letra clarísima cinco mil pesetas.

Todas estas circunstancias que obraron como base principal de la riqueza de don Damián, le obligaban á exponérselas á cuantos iban á pedirle cartas de recomendación para la Habana, y á consultarle sobre la conveniencia de salir á probar fortuna.

Habría querido echarme a sus pies, pedirle perdón por haberme atrevido a pretenderla; pero no podía hacerlo, porque mi suegra estaba detrás de ella... Había también allí damas de honor y otras tonterías... Balbucí algunas palabras que yo mismo no comprendí, y, no sabiendo qué actitud debería guardar, me puse a andar de un lado a otro por la pieza, abotonándome y desabotonándome los guantes.