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Otra vez se hallaban todas en el patio, y ocurriósele á un pajarito muy flaco meterse allí por el tejado y posarse, después de chocar en los muros, en el entristecido clavel. ¡Qué algazara se armó! Aquél fué el mayor acontecimiento del año.

En un momento que cogió a Fortunata sola, le dijo temblorosa: «Arrepiéntete de todo, chica, pero de todo... Somos muy malas... no sabes bien lo malas que somos». iii Se acercaba la hora, y en el patio sonaba el rumor de emoción teatral que acompaña a las grandes solemnidades. El pueblo ocupaba el sitio infalible que la curiosidad dispone.

Su rostro, tan parecido a una máscara japonesa, continuaba imperturbable. Cuando atravesaba el patio en dirección a la escalera, oyó el ja ja ja de Mauricia, que estaba asomada por uno de los dos tragaluces con barras de hierro que la puerta tenía en su parte superior. La monja no se detuvo a oír las injurias que la fiera le decía.

Pasa el umbral.... No, no es aquí, dijo en sus adentros la verdulera. En este patio hay coches, veo lacayos, escudos de armas ... no, no es esta la casa de mi pobre señor Alfonso de Lamartine. Pregunta á los vecinos, y todos la aseguran que aquella es la casa del poeta.

Llegamos cerca de la Aduana, y don Ciriaco se detuvo delante de una casa grande, con miradores. Aquí es dijo. Entramos en un portal altísimo, enlosado de mármol. Lo cruzamos. Llamó el capitán; un criado abrió la cancela y nos pasó a un patio con el suelo también de mármol, el techo encristalado y las galerías con arcadas.

¿Quién es? pregunta Juan, recorriendo con la mirada el patio, donde no se ve alma viviente. ¿Quién quieres que sea, sino ella? ¿Y no ves nada que indique dónde está? Nada absolutamente... Es un verdadero diablillo, se hace invisible cuando quiere. Y, con el rostro radiante, sigue a su hermano al molino. Pasan las horas. Juan quiere demostrar lo que puede hacer, y trabaja con gran energía.

Agregábanse los impresos y manuscritos que fue encontrando en la casa, y entre los cuales aparecieron varios librotes arábigos, que hizo quemar al pronto, en medio del patio, en presencia de un canónigo de la Iglesia Mayor. Al poco tiempo los volúmenes se amontonaron sobre el suelo.

Por espacio de diez segundos imperaban la confusión y el desorden, y había empujones, pellizcos convulsivos, arañazos, violentos repelones; pero apenas iban aproximándose a las cercanías de la Fábrica, donde el severo reglamento prohibía los escándalos, cesaba el griterío, comenzaba el torrente femenil a precipitarse dentro del patio, y restablecíase la paz, ya que no la serenidad interior, en la fiel imagen abreviada de la nación española.

Y cuando ya estaba bien dentro de la tierra, dijo: «¡Brota, agua, brota!» Y el agua empezó a brotar por entre las flores con un suave murmullo refrescó el aire del patio, y cayó en cascadas tan abundantes que al cuarto de hora ya el pozo estaba lleno, y fue preciso abrir un canal que llevase afuera el agua sobrante.

En tal momento entró la señora Lefèvre diciendo: Vamos, es preciso poner la mesa; todo el mundo está esperando. Vamos, Katel, vaya usted a poner el mantel. La voluminosa joven salió corriendo. Y todos juntos, atravesando el patio en fila, se dirigieron hacia la sala.