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Y un mocetón de ojos feroces hablaba de vaciarle el vientre de una cuchillada a cierto burlón que aseguraba que el río subiría sólo por el gusto de dejar mal parado al milagroso fraile. Rafael se acercó al grupo, y a la luz de una linterna reconoció al barbero Cupido, un maldito guasón de rizadas patillas y nariz aguileña, que tenía gusto en burlarse de la dura y salvaje fe de la gente sencilla.

¿Un buen mozo, con patillas? Cabal. Le llaman el Gallo de mote. Pues dicen si la acompaña o no por los caminos.... ¡Historias! Por detrás de la tapia del huerto se oyó entonces vocerío alegre y argentinas carcajadas. Son las primas... dijo don Eugenio . Van a la gaita, que está tocando en el crucero ahora. ¿Quiere usted venir un ratito?

Corriente: canos, al paso que usted, más metido en carnes que yo, con el pellejo más reluciente, su estatura regular y de buen arte, tan aseadito y curro, y tan recortaditas y cepilladas las blancas patillas... ¡Grises, don Claudio!... mírelas usted bien y juguemos limpio. Grises, corriente: vaya también esa ventajilla a favor de usted: poco me importa.

¡Ya me extrañaba a que no metieses la cucharada! ¿Quién te pide a ti consejo, ni qué se me da a que lo encuentres malo o bueno?... ¡Es decir, que mamá se calla, y que esta tontuela ¡mentecata! se ha de meter siempre en mis cosas!... Yo hago lo que me parece; ¿sabes?... Me dejo las patillas o me las quito; ¿sabes?... Y te callas; ¿sabes?...

Tenía la misma edad que D. Baldomero; mas no llevaba tan bien los años. Su dentadura era artificial y sus patillas teñidas tenían un viso carminoso, contrastando con la cabeza sin pintar.

Vestía de negro, la cara rasurada, la boina grande, de gascón; llevaba patillas cortas, que entre los marinos franceses solían llamar patas de conejo, y por debajo de la manga se le veían en las dos muñecas unas anclas tatuadas, de color azul. Tenía la nariz larga, los ojos pequeños, las cejas como pinceles y un rictus sardónico en los labios.

De treinta y cinco á cuarenta años de edad, flaco, rasurado al estilo campesino, dejando no obstante unas cortas patillas por bajo de las sienes para sentar que no lo era, de ojos pequeños y aviesos que bailaban constantemente de un lado á otro en busca de alguna víctima, de pelo ralo y labios finos contraídos por sonrisa burlona.

Las facciones de su rostro abultadas, talladas en colosal, como la figura; la voz tan áspera y gruesa que daba miedo; por fortuna hablaba poco: gastaba patillas, entrecanas ya, unidas al bigote a la moda de algunos años atrás.

Y como desconocía el verdadero valor de aquellas baladronadas, tomábalas muy á pechos, y hasta resuelto estuvo á interpelar muy seriamente al de las patillas, cuando le ocurrió preguntar á su acompañante, aún preocupado con el lance del sorbete, qué clase de hombre era aquél que tan bien manejaba la lengua.

Una mañana paseaba solo por la Taconera, cuando tropezó con una persona cuyo rostro no era extraño para él. Detúvose, saludó, y el desconocido conocido le contestó fríamente. Era un hombre de alta estatura, moreno, de ojos negros, bigote y patillas.