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Pero ¡ahora!... Ahora él, aunque no sabía leer, se enteraba de las cosas del mundo cuando iba a San José los domingos y hablaba con el secretario del Ayuntamiento y otras personas letradas que leían periódicos. Los reyes se casaban con reinas y las pastoras con pastores. Se acabaron los buenos tiempos.

No sin objeto hago esta enumeración trivial. La ciudad capital de las provincias pastoras existe algunas veces ella sola, sin ciudades menores, y no falta alguna en que el terreno inculto llegue hasta ligarse con las calles.

He aquí a lo que está reducida la religión en las campañas pastoras: a la religión natural; el cristianismo existe, como el idioma español, en clase de tradición que se perpetúa, pero corrompido, encarnado en supersticiones groseras, sin instrucción, sin culto y sin convicciones.

Llegó, en esto, adonde los cuatro estaban un hermano de una de las dos pastoras, vestido asimismo de pastor, con la riqueza y galas que a las de las zagalas correspondía; contáronle ellas que el que con ellas estaba era el valeroso don Quijote de la Mancha, y el otro, su escudero Sancho, de quien tenía él ya noticia, por haber leído su historia.

Para distraerme me llevaron a la sala, y me dieron juguetes, muñecos de nacimiento, pastores y pastoras, cabras, ovejas, una casita de cartón, un molino, con su rueda que daba vueltas movida por un chorro de arena.

Nada de patriarcas de la aldea, ni de pastoras resabidas y sentimentales, ni de discretos y canoros zagales. Cada uno habla como quien es, y el zafio como zafio se expresa.

M. Martigny, uno de los pocos franceses que habiendo vivido largo tiempo entre los americanos, sabía comprender sus intereses y los de Francia en América, francés de corazón que deploraba todos los días los extravíos, preocupaciones y errores de esos mismos argentinos a quienes quería salvar, decía de los antiguos unitarios: «son los emigrados franceses de 1789; no han olvidado nada ni aprendido nada». Y efectivamente: vencidos en 1829 por la montonera, creían que todavía la montonera era un elemento de guerra, y no querían formar ejército de línea; dominados entonces por las campañas pastoras, creían ahora inútil apoderarse de Buenos Aires; con preocupaciones invencibles contra los gauchos, los miraban aún como sus enemigos naturales, parodiando, sin embargo, su táctica guerrera, sus hordas de caballería y hasta su traje en los ejércitos.

-Así es verdad -dijo el cura-, pero nosotros buscaremos por ahí pastoras mañeruelas, que si no nos cuadraren, nos esquinen.

«Esto es maravilloso decía . Vaya con las patitas de las consolas... ¡Qué elegancia de curvas! ¿Y esas cortinas con amorcillos y guirnaldas?... ¡Pero dónde llega el techo...! ¡María Santísima! Yo me estaría toda la vida mirando esas pastoras que dan brincos y esos niños que cabalgan en un cisne. Ha de convenir usted conmigo, Sr. D. José, en que hoy por hoy no se hacen más que mamarrachos.

Pues Joaquín la sumergirá en sus tonos rosados. ¿Dibuja usted con el pincel como los verdaderos, como los puros...? Pues él le hará «acusar» el contorno. ¿Ama usted su arte? Pues él la obligará a caer en el oficio: las «Lavanderas» almibaradas y las «Pastoras» de confitería.