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La ciudad de estos indios, que llaman estos moradores Lambaré, está rodeada de dos cercas de palos, del grueso de un hombre, puestos de doce en doce pasos, hincados en la tierra; quedando fuera tanto como la altura de un hombre con la espada y brazo levantados; y á quince pasos tenian hechos fosos y hoyos de tres estados de hondo, cubiertos con ramas y tierra, y en medio de cada uno, una lanza fijada, aguda.

Sobre el peñasco del frente descollaba el fuerte de San Cristóbal, coronado por las copas de higueras silvestres, como lo está un viejo druida por hojas de encina. A pocos pasos de allí descubrió Stein un objeto que le sorprendió mucho. Era una especie de jardín subterráneo, de los que llaman en Andalucía navazos.

La lluvia y la obscuridad se habían vuelto más intensas; se regocijó de esto, bien que fuera incómodo caminar con las dos manos tan llenas, porque era a lo sumo si podía llevar el látigo con uno de los sacos. Pero así que hubiera dado dos pasos podría proceder con toda calma. Se adelantó, pues, resueltamente, en la obscuridad.

Luego vio con la imaginación al amigo que estaba a pocos pasos de él, al otro lado de una pared de ladrillo, también inmóvil, con las extremidades rígidas, la camisa sobre el pecho, el vientre abierto y un resplandor mate y misterioso entre las pestañas cruzadas. ¡Pobre toro! ¡Pobre espada!... De pronto, el circo rumoroso lanzó un alarido saludando la continuación del espectáculo.

Quiso Candido ver la sala del crimen y el tribunal, y le dixéron que no los habia, porque ninguno litigaba: se informó si habia cárcel, y le fué dicho que no; pero lo que mas extrañó y mas satisfaccion le causó, fué el palacio de las ciencias, donde vió una galería de dos mil pasos, llena toda de instrumentos de física y matemáticas.

La fuente está coronada por la estatua del heróico patriota con una bandera en la mano. A poco mas de cien pasos se halla la otra fuente con el grupo de Guillermo y su hijo.

Fué avanzando solemnemente sobre la mesa, y detrás de sus pasos todo el acompañamiento final de graves doctores, que no ocultaban las arrugas y las canas de sus rostros matroniles. El profesor Flimnap corrió á colocar en el centro de la mesa un sillón, que era el mismo que él había ocupado al dar al gigante su lección de Historia.

La maleza crujía bajo sus pasos y detrás se oían las zancadas de Agapo, que venía persiguiéndole; Quilito se acurrucó al pie de un sauce, se quitó el sobretodo claro, que podía denunciarle, y esperó, el revólver amartillado en la mano... Agapo llegó, pasó y se alejó, rastreando la caza, gritando desesperado: ¡Quilito! ¡Quilito!

Quería escaparme á toda costa, ya para morir, ya para recobrar mis fuerzas y la tranquilidad de mi espíritu en la soledad. Sin saber fijamente á dónde dirigía mis pasos, salí de la ruidosa ciudad y caminé hacia las altas montañas, cuyo dentado perfil vislumbraba en los límites del horizonte. Andaba de frente, siguiendo los atajos y deteniéndome al anochecer en apartadas hospederías.

Cuando salían de esta angostura, llegando a la plaza de San Francisco, frente a los palcos levantados en el palacio del Ayuntamiento, los «pasos» daban media vuelta hasta quedar de frente las imágenes, y saludaban con una genuflexión de sus portadores a los extranjeros ilustres y personas reales venidos para presenciar la fiesta. Junto a los «pasos» marchaban mozos con cántaros de agua.