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No era muy vieja, aunque mostraba pasar de los cuarenta, pero fuerte, tiesa, nervuda y avellanada; la cual, viendo a su hija, y al paje a caballo, le dijo: ¿Qué es esto, niña? ¿Qué señor es éste? -Es un servidor de mi señora doña Teresa Panza -respondió el paje.

La comandanta y doña Lupe estaban en la sala hablando de la rifa de la maravillosa colcha que decoraba el altar. Fortunata y Severiana acompañaban a Mauricia, que se aletargaba lentamente, pues no había dormido nada la noche anterior. Doña Fuensanta, deseosa de mostrar a la señora de Jáuregui sus habilidades, la invitó a pasar a la casa inmediata.

Torné á pasar los ojos por mis comedias y por algunos entremeses míos, que con ellas estaban arrinconados, y vi no ser tan malas, ni tan malos, que no mereciesen salir de las tinieblas del ingenio de aquel autor, á la luz de otros autores menos escrupulosos y más entendidos. Y con esto Dios te salud, y á paciencia

Caminamos de madrugada rio arriba como dos leguas, buscando paso, y habiéndolo pasado con bastante trabajo por estar casi á nado y tener que pasar las municiones á pié, luego que nos pusimos de la otra banda, dió órden el Comandante para que el Teniente D. Francisco Macedo se aprontase con 30 hombres del Cacique Lepin y Alcaluan, y marchasen con la carretilla á incorporarse con los demas que estaban en la toldería del Cacique Lincon, y unidos con las familias de estos caciques marchasen al Arroyo del Cairú, con la órden de esperarnos allí hasta nuestro regreso.

Ciertas comarcas polares descubiertas y anotadas por el navegante, han desaparecido al pasar otra vez éste por el mismo sitio. Por otro lado fórmanse y se levantan innumerables islas, bancos inmensos de madréporas y corales, turbando la geografía. La profundidad de los mares es más desconocida aún que su extensión. Apenas han sido hechos los primeros sondajes, pocos en número é inciertos.

Tendrías que hacerte monja, pues no habría guapo que te pidiera relaciones. Me abriría de patas en tu puerta y ni a Dios dejaba pasar. María de la Luz sentíase halagada por la expresión feroz que tomaba su novio, sólo al pensar que otro hombre pudiera aproximarse a ella requiriéndola de amores. La brutalidad de los celos amenazantes gustábala aún más que los requiebros amorosos.

Voy a contarte una curiosa aventura, que, si bien tiene mucho de ridículo, no puedo ni debo pasar en silencio, porque sus consecuencias fueron serias para y han influido bastante en los ulteriores sucesos de mi vida. De esta aventura hace ya mucho tiempo, pero la tengo tan presente como si ayer hubiera sido.

Entre tanto acierta á pasar por allí un personaje que anda meditabundo de una parte á otra; y reparando en la luna y estrellas, y en la actitud de la mujer que las mira, se detiene y articula entre dientes, no qué cosas sobre paralaje, planos que pasan por el ojo del espectador, semidiámetros terrestres, tangentes á la órbita, focos de la elipse, y otras cosas por este tenor que distraen á Rafael, y le hacen marchar á grandes pasos hácia otro lado, maldiciendo al bárbaro astrónomo y a su astronomía.

Cuando venía a pasar las vacaciones, no se saciaba de estar junto a él, mirándolo, acariciándolo y adivinando en los ojos sus más leves caprichos, para cumplirlos inmediatamente.

Y la Delfina estaba contenta. «Otra vez ganado pensaba . ¡Si la buena durara!... ¡si yo pudiera ganarle de una vez para siempre y derrotar en toda la línea a las cantonales...!». Don Baldomero entró a ver a su hijo antes de pasar al comedor. «¿Qué es eso, chico?