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Sin embargo, si hubiese conocido entonces la frase de un hombre célebre me la hubiera apropiado, y aseguro que hubiese exclamado en un soberbio arranque de misantropía: No lo que pasa en el corazón de un degradado, mas conozco el de una niña decente, y lo que veo me espanta. Pero como dicha frase me era totalmente desconocida, no pude servirme de ella para satisfacer a los manes de mi tía.

Pasó un buen rato sin que acudiese la chica, impacientose el ama, y al llamar por tercera o cuarta vez, entró al fin la muchacha diciendo llorosa y acontecida: Dispense V. E..., estaba arriba... porque a mi hermana paece que se la yeba el Señor. ¿Qué le pasa?

En Suches, por ejemplo, que está al oeste de la cordillera, reina un cielo enteramente raso; su temperatura es seca, y en el verano solamente, desde el mes de diciembre hasta el de marzo, caen algunos aguaceros ó un poco de granizo. Entretanto, si se pasa al otro lado de la cordillera, se halla, poco mas ó ménos á la altura de tres mil varas sobre el Oceano, un nivel permanente de nubes.

Indignado, colérico, estrujé la carta, y yo que no tuve en mis ojos una lágrima ni en los momentos de amortajar a mi tía, a quien tanto amé, a quien tanto debía yo, que tanto me quiso, que fué para como una madre, no pude resistir aquel nuevo dolor. Sentí que me ahogaba, y me eché a llorar como un chiquillo. ¿Qué te pasa? gritó Andrés asustado. ¡Nada! le respondí sollozando.

Muerto Almanzor palidece para los muzlimes el astro de la fortuna, y la suerte de los mozárabes pasa alternativamente de la cumbre de la esperanza al abismo del desconsuelo.

Experimentaba el triste consuelo de un enfermo que del estado agudo pasa al estado crónico. Un amigo del joven doctor la visitaba dos o tres veces por semana, pero su verdadero médico continuaba siendo el señor Le Bris. Este le escribía regularmente, así como a la señora Chermidy, y aunque siempre había procurado no mentir, las dos correspondencias no se parecían mucho.

El libro escogido fué LA BARRACA, é interesado por su lectura, el señor Hérelle casi perdió su tren. Volvió á escribirme, y tampoco contesté, acaparado por los accidentes de mi vida de propagandista. Pero Hérelle, tenaz en su propósito, repitió sus cartas. «He de contestar á ese señor francés me decía todas las mañanas . De hoy no pasa

Esta duplicidad que hace honor á la audacia del señor de Bevallan, pasa, so color de amable familiaridad, con una política y un aplomo, que engañan fácilmente las miradas poco atentas ó demasiado cándidas. La señora de Laroque, y en particular su hija, son completamente ajenas á las perversidades de este mundo, y viven demasiado apartadas de toda realidad para sentir la sombra de una suposición.

Tampoco me había pasado nunca lo que me pasa ahora, cortarme, sentir que quiero ser atrevido y no puedo. Le voy a decir una galantería intencionada, y me sale una simpleza. Me infunde un respeto que jamás conocí.

Algunas son enormes pozos donde desaparecerían enormes ríos; otras son simples depresiones del suelo, especies de nidos bien tapizados por el césped, donde en los hermosos días de otoño se puede gozar de las tibias caricias del sol, sin temor al aire que pasa silbando sobre las hierbas secas del llano.