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Tiburcio, que era muy alegre y decidor, divertía y regocijaba a las damas y tenía con ellas mucho partido. No alcanzaba tanto favor con los hombres. Tal vez le envidiaban muchos. Tal vez se dolían otros de la insolente suerte con que les ganaba el dinero cuando jugaban a los dados.

Estos triunfos no tardaban en ser propalados por el semanario del partido, que para aumentar la gloria del jefe y que los enemigos no le tachasen de parcialidad, comenzaba siempre: «Según leemos en la prensa de la capital»... ¡Qué muchacho! decían a doña Bernarda los curas de la población. ¡Qué pico de oro! Ya lo verá usted, será otro Manterola.

El duque soñaba para su hijo único un matrimonio opulento, e Isabel parecía el mejor partido de Granada: a él, porque la joven era rica, y a Fernando, porque la amaba.

ARR. Y es poco lo que pides; yo me ofrezco De darla con que viva, y es partido A trueco de escapar de sus rigores. NARV. Pues alto: en esto queden concertados. Sale PÁEZ. PÁEZ. Dame, señor, albricias. NARV. Buenas sean. PÁEZ. Su palabra ha cumplido Abindarráez. NARV. No menos esperé de su nobleza, Que al fin acude a lo que debe en todo.

Un momento después oyó el rodar de un carruaje por el patio, después bajo la bóveda de la entrada; había partido. Levantose. Su cabeza ardía. Abrió una de las ventanas que daban al jardín y cruzó sus brazos sobre la baranda. El aspecto del cielo, de las nubes, de las paredes, de las primeras hojas, todo tomaba a sus ojos un aspecto extraño y fantástico.

De vuelta de su excursión veraniega ha llegado a esta capital el ilustre caudillo del partido liberal dinástico de Vetusta, el Ilmo. Sr. D. Álvaro Mesía. Dicen los numerosos amigos que han acudido a visitar a nuestro distinguido correligionario, que viene dispuesto a proseguir su campaña de propaganda sensatamente liberal, así en el orden político como en el moral y canónico y religioso.

Susana, avergonzada, dijo que la hermanita era una muchacha sin juicio, de la que no podía sacarse partido; Jacinto era otra cosa; no estaba allí en aquel momento, si no le llamaría, para que la tía le conociera y viera qué serio y qué hombre estaba.

Y no es que no trabajase... Iba a la oficina casi todos los días y se pasaba en ella lo menos dos horas. Fue secretario de tres Gobiernos de provincia y no llegó a gobernador por intrigas de los del partido.

Señores dijo, estamos empeñados en una lucha homérica; de esta lucha resultará el ser o no ser para nuestro partido. Aquí no estamos todos, pero no convendría que lo estuviéramos.

Si no hubieras venido, hubiéramos ido todos a tu casa exclamó Butrón con gran vehemencia Como que sin ti no puede hacerse nada y en tus manos está, en rigor de verdad, la suerte del partido. La vanidad hizo en el rostro de la Albornoz lo que jamás había conseguido la vergüenza: sonrojarlo.