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De esta suerte se formó un partido en el primer cuarto del siglo XVIII, que se propuso reformar metódicamente el teatro español, tomando el francés por modelo. La primera señal de vida de esta parcialidad fué la traducción del Cinna, de Corneille, hecha por el marqués de San Juan, y publicada en 1713.

Después de inaugurado el terror en Mendoza de un modo tan solemne, Facundo se retira al Retamo, adonde los Aldaos llevan la contribución de 100.000 pesos que han arrancado a los unitarios aterrados. Allí está la mesa de juego que acompaña siempre a Quiroga; allí acuden los aficionados del partido; allí, en fin, es el trasnochar a la claridad opaca de las antorchas.

La pobre Regenta estuvo elocuente; se figuró que el jefe del partido liberal dinástico la entendía, que no era como aquellos vetustenses de cal y canto que hasta se sonreían con lástima al oír tantos versos «bonitos, sonorosos, pero sin miga», según aseguró don Frutos en el palco de la marquesa.

Su partido creía en él todavía: era siempre el gran orador, el gran diplomático, el gran periodista, el gran abogado, del más grande de los partidos argentinos. La muerte de mi tía Medea lo había consternado.

Nada importa que nuestras convicciones políticas nos inclinen á censurar ó aplaudir á los hombres que rigen los destinos de la patria; nada importa que militemos en tal ó cual partido: en momentos como este y en presencia de espectáculos tan hermosos, solo podemos y debemos sentirnos cubanos.

Salieron á combatirlos, mataron á pocos, y hubo algunos heridos de parte de los Orureños que bajaron, perdida la esperanza de superar las alturas que estaban ocupadas, aumentándose la consternacion, así como iba reforzándose el partido de los indios, con varias partidas que llegaban por instantes, y se colocaban en el Cerro de San Pedro.

POLLO A LA MARINERA. Se rehoga con aceite y manteca un pollo partido en pedazos; cuando está dorado se echa por encima una salsa compuesta de zanahorias, cebollas picadas, vino tinto, hierbas aromáticas y pimienta en grano; se deja menguar de prisa esta salsa, hasta que quede en la mitad; se añaden cebolletas cocidas y termina la cocción a fuego lento; sírvase con anchoas y picatostes.

En realidad, estaba más abatido que Jacinto, pues el porrazo sufrido con el desastroso bajón de las vitalicias, como llamaban a las acciones del Banco de Schlingen, le había partido por la mitad, pero era él así, fanfarrón, embustero y más soberbio cuanto más castigado de la suerte.

Esto halagaba mi vanidad, pero no llenaba mi corazón. ¡A! ¡no! en él resonaban huecos los aplausos; le aturdían, pero no le conmovían. Y me faltaba algo; yo era pobre; trabajando á partido ganaba poco; me veía obligada á alquilar trajes, en que todo era falso y muchas veces viejo; otras llevaban sedas y brocados, y perlas y diamantes... eran queridas de algún gran señor.

La brisa levantaba el faldón del narrador, apareciendo su abdomen partido en dos hemisferios por la tirantez del botón único. Tío Caragòl, ¡que se le escapa! avisaba una voz burlona. El santo hombre sonreía con la calma seráfica del que se ve más allá, de las pompas y vanidades de la existencia. Déjalo: ya no vuela. Y emprendía el relato de un nuevo milagro.