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San Martin corrió á encontrar á Bolívar, y el 25 de Julio se abrazaban en Guayaquil estos dos valientes guerreros, que habiendo partido desde ambos extremos del Nuevo Mundo, iban á conferenciar acerca de la independencia de su pais bajo el ardiente sol del Ecuador.

Ordene, pues, y me apresuraré a obedecerle; pero no intente convencerme, porque mi situación de ánimo es tal, que mientras sea dueña de mi voluntad no aceptaré partido alguno, así se trate de un millonario o de un príncipe. »Tan gran firmeza revelaban su voz, sus ademanes y hasta sus menores gestos, que el insistir yo, habría significado tanto como querer convertir la persuasión en mandato.

La realidad había partido la diferencia entre estas dos sumas ilusorias, y por fin el economista vino a consolarse con razonamientos de la escuela de Don Hermógenes, diciendo que si ocho mil reales eran mucho dinero en comparación de cuatro, eran poca cosa relativamente a diez y seis... Un razonar más suyo que de Don Hermógenes dominaba el tumulto de ideas aritméticas que en aquel momento hervía en su cerebro; y era que Golfín, por ser el enfermo recomendado de la Reina, no debía haberle llevado nada...

El comité de su distrito, que había decretado la expulsión del partido de todos los correligionarios que asistiesen a las corridas de toros, por bárbaras y «retrógradas», había hecho una excepción en favor de él, manteniéndole en su cargo de vocal.

También él, á su misma edad, había partido á la guerra voluntariamente. «Respeto á los jefes... amarlos como á padres... el honor... la bandera...» La aparición del príncipe cortó su arenga.

Pero aquella tempestad no se había revuelto porque la fracción de un partido inutilizara propósitos de otro, encaminados a proporcionar algún bien a los pueblos. Cuando de esto se trataba, ya sabía don Simón que los bancos se quedaban desiertos y el presidente dormitando.

Que siendo el don Francisco, como es notorio, muy diestro, y muy bravo, y muy valiente, y viendo el declarante que no podía socorrer á su señor, tomó el partido de ir á buscar una ronda, y huyó dando voces.

Yo, comprendiendo el partido que podía sacar de mis enfermedades, solía fingir un dolor en el pecho o en el estómago para esquivar los castigos. Me libré muchas veces de los golpes; pero perdí mi reputación de hombre fuerte. «Este chico no vale nada», decian de ; y hasta hoy creen lo mismo.

La encontraba encantadora y observé que un personaje misterioso ocupaba el sitio que yo ambicionaba. Quise saber á qué atenerme y ver el partido que podría sacar. Prontamente me convencí. Sorege, con los ojos cerrados, fumaba sonriendo. La cosa es muy sencilla... Hemos sido rivales durante veinticuatro horas.

Mézclase en esto el amor propio como en todos los conceptos mentales, y con los afectos de interes, de partido, de vanagloria, y otros semejantes se mantienen sin querer exâminar y reconocer los verdaderos principios que han de servir de basa á sus discursos.