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Madrugadora, activa, acostumbrada a dar largos paseos, y a estar en casa empleada en algo útil, la ligereza y el brío de su cuerpo corrían parejas con su beldad y con su gracia. Cuando quería, bailaba como una sílfide; en el andar airoso, semejaba a la divina cazadora de Delos, y montaba a caballo como la reina de las amazonas.

Volvieron a sonar las guitarras, haciéndose oír un rasgueo, alegre y armonioso; era un gato que se bailaba solo de puro sentido y bien tocado. Dos parejas salieron al medio de la rueda.

Sin preocuparse para nada de las parejas, ni de la magnificencia del salón en que se efectuaba el baile, las dos hablaban cerca de la chimenea. ¡Hablar en vez de bailar, a los quince o diez y seis años!... Forzosamente, la conversación tenía que ser interesantísima, y esta sola idea avivaba en el deseo de escucharla.

En la estancia de Pehuajó, Juanillo se pasó días enteros observando las dos parejas de domésticos cisnes que poblaban, con varios gansos, un diminuto estanque bordeado de llorones sauces. Como siempre les llevaba migas de pan en el bolsillo, los cisnes, y hasta los gansos, llegaron a conocerlo y a seguirlo.

Formaban los muchachos por parejas, cogidos de la mano lo mismo que en los colegios de Valencia; ¿qué se creían algunos? , y salían de la barraca, besando antes la diestra escamosa de don Joaquín y repitiendo todos de corrido al pasar junto á él: ¡Usted lo pase bien! ¡Hasta mañana si Dios quiere!

El doctor había sido ministro en su país, y esto bastó para que el hombre de mar, inclinándose sobre sus piernas cortas con una galantería versallesca, ofreciese su brazo a la matrona argentina. Tras de ellos se formó la fila de parejas, escogiéndose unos a otros según anteriores preferencias o al azar de la proximidad con bizarros contrastes que provocaban risas y gritos.

Grandes fueron la admiración y la satisfacción de éstos cuando las parejas se fueron formando para la danza, y el squire y la señora de Crackenthorp abrieron el baile, haciendo vis a vis y dando las manos al pastor y a la señora Osgood. Así es como debían hacerse las cosas; a este espectáculo es que todo el mundo estaba acostumbrado y la corte de Raveloe parecía renovarse para esta ceremonia.

El constante movimiento de aquella multitud abigarrada producía una especie de titilación que deslumbraba. Todo era ruido y algazara. Aquí en un grupo bailaban al son de la gaita y el tambor unas cuantas parejas: allá en otro hacían lo mismo otras al toque destemplado de una zanfonia.

Hipógrifo violento que corriste parejas con el viento. Después supo que esto lo suprimían. «¡Qué escándalo!». Pero, niña prosiguió demasiado nos honra la Marquesa. ¿Qué honra ni qué calabazas?... pero ha de venir. No señora; es inútil insistir. Disputaron mucho tiempo; pero al fin doña Rufina, que también quería ver empezar, cedió y se llevó a don Víctor, que hizo algunos remilgos.

Sus grandes ojos negros se iban posando con plácida expresión sobre cada una de las parejas que por delante de ella cruzaban. Algunas le interesaban más que otras, y las seguía con la vista. Las actitudes, los movimientos y la traza de ellas eran tan distintos que ofrecían estudio curioso.