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¡Que no me empuje!... Yo no soy criminala... Yo tengo familia, conozco quién me abone... Ea, que no voy a donde usted quiere llevarme...». Se arrimó a la pared; pero el fiero polizonte la despegó del arrimo con un empujón violentísimo.

Esta noche entré en el cuarto de Leopoldito, y te digo que parece un biombo de una zapatería de portal; la pared llena de mamarrachos pegados con obleas, escenas de toros, caricaturas de periódicos... en fin, indecentísimo, y cada cosa por su lado, todo revuelto; mucho olor de potingue de botica, porque el chico es una laceria; noveluchas de a peseta en vez de libros de estudio; látigos y bastones en tal número que habría para poner tienda de ello; la cama deshecha, porque se había levantado a las seis de la tarde... Por allí andaba cojeando, con las botas rotas, pidiendo de comer y atisbando los dulces y fiambres que traían, para abalanzarse a ellos como un hambriento... Gustavo ya es otra cosa. ¡Qué formalito y qué bien educado!

Llegados al puerto, se dirigió a un quechemarín que estaba atado a una argolla, y bajó a él. No hay nadie. ¡Es magnífico! Hala, bajad. ¿Aquí? pregunté yo en el colmo del asombro. ¿Por qué no? ¿Qué importa robar un bote o un barco de vela? Es lo mismo. En el fondo tenía razón. Soltamos la amarra, y los tres, apoyándonos en la pared de un malecón, sacamos el queche fuera del puerto.

Sólo variaba la postura, y para muchos ofrecía mayor seducción volver á la tierra de un modo fulminante, en plena embriaguez heroica, con una idea generosa en el pensamiento, que extinguirse lentamente entre sábanas, frente á una pared, manchado y envilecido por todas las suciedades de una materialidad que empieza á disgregarse.

Total, que no he podido reunir más. Aquí está el papel para el recibo... Pon mil doscientos reales para el mes que viene. Mejor será para el otro mes. Mira, mira, no pintes el diablo en la pared. Pon el mes que viene». Don José empezó a extender el recibo. «Bien clarito, señor escribano... ¡Hola, hola!, ¿está aquí tu Holofernes?... ¡Vida! ¡Gloria!».

Este fue el estado de Diógenes al quedarse solo, y rabioso y fatigado se dejó caer en las almohadas, volviéndose de cara a la pared.

¡Oh!, de eso no nada exclamó el posadero ; sólo puedo decir que hasta el presente los aliados no han pasado de Mutzig y, además, que no hacen daño a nadie y que admiten a todos los hombres de buena voluntad que quieran combatir al usurpador. ¡El usurpador! ¿Qué es eso? ¡Bah! ¡Napoleón Bonaparte, el usurpador, todo el mundo lo conoce! Miren ustedes a la pared.

Y ansí pasamos adelante por el mismo portal y llegamos a un mesón, a la puerta del cual había muchos cuernos en la pared, donde ataban los recueros sus bestias.

Miró las paredes del buhardillón, cubiertas en gran parte por multitud de estudios de paisajes, algunos con el cielo para abajo, clavados en la pared ó arrimados á ella. «Bonitas cosas hay todavía por aquí.

Madre, te lo pregunto una vez más: ¿por qué ha muerto Olga? Se había apoyado contra la pared y miraba a su madre fijamente con los ojos inyectados de sangre. Mientras tanto, la señora Hellinger se había echado a llorar. ¿Acaso lo ? dijo sollozando. ¿Acaso puede saberlo alguien? La hemos encontrado en su cama, nada más.