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Y aunque no parecía muy natural que la infeliz, contrariamente a lo que hacen todos los suicidas, hubiera escogido esa posición para ultimarse, la circunstancia de ser suyo el revólver y haberlo tenido oculto, excluía la suposición de que un asesino hubiera podido servirse de él.

Creíase destinado a la inmortalidad; tenía un buen tomo preparado para darlo a la estampa, en el cual, como en muestrario de bazar, había de todo: elegías, odas, pequeños poemas, poemas grandes, epigramas, doloras, suspirillos germánicos, sáficos y octavas reales. La sala parecía tribuna del Congreso, que se hundía con los aplausos al terminar Berande su recitación.

Quedó con aquella vista tan consumida de fuerzas y desmayada, que parecía habérsele descuadernado todos los miembros.

Parecía cantar en sus oídos la poética romanza de Heine, en la que describe cómo el caballero Tannhauser se arrancó de los brazos de Venus por sólo el gusto de conocer de nuevo del dolor humano. «¡Oh Venus, mi bella dama! Los vinos exquisitos y los tiernos besos tienen ahíto mi corazón. Siento sed de sufrimientos.

Todavía vaciló: crecieron los recios y penetrantes silbidos; entonces se precipitó, con una prontitud que parecía incompatible con su peso y su volumen, hacia el picador. Pero retrocedió al sentir el dolor que le produjo la puya de la garrocha en el morrillo. Era un animal aturdido, de los que se llaman en el lenguaje tauromáquico, boyantes.

Sólo una vez me dijo: «Qué amable es el señor Vérod, ¿no es cierto?...» Yo comprendí que su compañía, su amistad le eran muy gratas, por más que a veces evitase el encontrarse con él. ¿Cómo era eso? No ; pero a veces parecía que hasta le tuviera aversión. Pero aquello pasaba pronto...

Parecía por su aspecto la esposa masculina de alguna de las mujeres empleadas en el puerto ó de alguna contramaestre de la escuadra.

En su desesperación se asió a una mano que parecía venir de muy lejos, saliendo de la sombra: una mano de vivo, una mano de carne. Tiró de ella, y poco a poco, en la bruma, fue tomando forma la mancha pálida de un rostro.

Y, en efecto; de una de las tribunas cercanas al órgano, salió de repente una voz pura y melodiosa que parecía bajar del cielo, y la concurrencia guardó un profundo silencio. Nunca se había expresado aquella prodigiosa voz con más sentimiento ni ternura, ni sus acentos habían sido tan penetrantes.

Podrá faltarles abolengo conocido a las notabilidades de esta especie; pero vicios y afición a exornarlos con todos los recursos del dinero... ¡a buena parte iban con la cláusula los de la pata del Cid! Lo que nunca se ha puesto en claro es de qué enfermedad vino a morir el Sport-Club, cuando con este ingreso de ricos despilfarradores parecía haber asegurado su existencia por largos años.