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Desde el lavadero público hasta el alto de Agua santa, ameno y risueño, se había esparcido la gente, sentándose, si podía, a la sombra de un vallado o en la pendiente de un ribazo, y si no, donde Dios quería, al raso, sin paraguas ni quitasol.

Habría andado unos cincuenta pasos, cuando un remolino ciego, loco, furioso, se arroja sobre Bettina, le abre el chal, la arrastra, la levanta, casi la hace perder pie, y da vuelta con violencia el paraguas. Esto no es nada todavía. El desastre fue completo. Bettina ha perdido uno de sus zuecos... No eran muy serios estos zuecos, eran muy bonitos para el buen tiempo.

Abrió el paraguas, mas a los pocos pasos, el viento que soplaba huracanado en el Campo de los Desmayos se lo volvió. En la imposibilidad de cerrarlo y sintiéndose empujado violentamente por el huracán, el joven excusador se refugió en el negro, enorme portal de Montesinos. Nunca pasaba por delante de él sin sentir cierto estremecimiento de temor y curiosidad.

La luz de la antorcha marcaba sobre la superficie, aquí y allá, gigantescos hongos obscuros, grandes paraguas, cúpulas barnizadas que brillaban reflejando la roja llama. Eran naranjos sumergidos. Estaban en los huertos. ¿Pero en cuáles? ¿Cómo guiarse en la obscuridad?

Arregló su paraguas lo mejor que pudo, y como los ímpetus del viento hubiesen sosegado un instante, saliose del portal, no sin dirigir una mirada de miedo y hostilidad a la gran puerta negra del fondo, en lo alto de la cual ardía tristemente una lamparilla de aceite detrás de una ventanilla enrejada.

A cada paso hallaba pandillas de clérigos con capa de esclavina, paraguas y gorro de borla, charlando en lenguaje vivo sobre el asunto del día, que era la muerte del Rey y el problema de la sucesión.

Don Aquiles había entrado de la calle tan regañón, que todos andaban con alas en los pies, huyendo el bulto; al ocupar el sillón de cabecera, notaron los hijos, con terror, que había nubarrones en el horizonte, y metieron los ojos en el plato, abriendo el paraguas de la resignación.

Hablaba sola, y se le cayó el paraguas dos veces, y cuando se bajó a recogerlo, se le cayó el pañuelo, y por fin, en vez de entrar en el portal de su casa, entró en el próximo. ¡Como estuviera en casa el muy hipocritón, su tía le iba a poner verde!

Apuntando con su paraguas a una esquina de la acera de enfrente, añadió el buen hombre lo que sigue: ¿Ve usted aquella casa donde dice en letras muy gordas Licores? Pues allí encontrará usted al borracho. Y se marchó riendo y a prisa para reunirse a la cuadrilla que había seguido andando mientras él se detenía.

Y vi, pacíficamente sentado a mi lado, un individuo corpulento, todo vestido de luto, con sombrero de copa, las manos enguantadas de negro, apoyadas en el puño de un paraguas. No tenía nada de fantástico.