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Luego, después de haberme encaminado, tomó mi mano entre sus grandes palmas ásperas y encallecidas, debido al duro trabajo en su pedazo de jardín, y me dijo: Confíe en , que yo haré todo lo que me sea posible. Yo conocía al pobre Blair; , lo conocía mejor que usted, señor Greenwood.

¡Ay, Plutón! exclamó Flora soltando una estrepitosa carcajada ¡Ay, Plutón! ¡qué gracia!... ¡Toma, Plutón!... ¡aquí, Plutón! Y se retorcía de risa, dándose en las rodillas con las palmas de las manos. ¡De qué te ríes , bestia! profirió el designado por aquel nombre mirándola iracundo. Flora no hizo caso alguno de su cólera y siguió riendo á boca llena.

Tengo también mi poquito de inventor continuó . Los aparatos los fabrico yo mismo, y en cuanto a limpieza no hay más que pedir... ¿Quiere usted verlos? El periodista saltó de la cama como dispuesto a huir. No; muchas gracias. Lo creo. Y miraba con repugnancia aquellas manos, cuyas palmas eran rojizas y grasientas.

Un poco mas arriba dos islillos Estan, nombrados islas de las Flores, Y habiendo treinta leguas caminado, Al puerto San Gabriel hemos llegado. Siete islas hay en él, altas, graciosas, Un poco de la tierra desviadas, De palmas y laureles muy copiosas, Estan aquestas islas bien pobladas. Aquí llegan las naves poderosas, Como salen de España despachadas.

Siquiera por el singular contraste que en aquel parage ofrecian la ominosa fortaleza, donde el falso celo religioso habia perpetrado por obra del malvado Luzero tantos crímenes horrendos , y aquella sagrada palestra, donde el verdadero amor de Jesucristo habia recogido tantas celestiales palmas; por esto solo parece que debieran los hijos de Córdoba haber mantenido con esmero aquel edificio libre de la devoradora carcoma de las cárceles, conservando en él hasta los muebles del tiempo del pérfido inquisidor: é intacto el sencillo monumento que la piedad discreta, generosa y tierna de Ambrosio de Morales, consagró á la legion de mártires que desde aquella esplanada se habia elevado triunfante al Empíreo .

Hubiérase dicho que la ciudad se hacía toda armoniosa, metálica, vibrante, y resonaba como un solo bronce, en el transporte de su plegaria. Doña Guiomar, dejándose caer de hinojos, entonó en alta voz las palabras del Angelus. Todos, imitando su movimiento, se dispusieron a responder. El escudero balbuceó las avemarías alzando el rostro y juntando las palmas como los niños.

Para beber tienen unas selvas de palmas, de cuyos troncos sacan el meollo grueso y esponjoso, que exprimido suple la falta de agua.

Las molieron mejor que lo estaban entre las palmas, liaron los cigarros en silencio, encendió el tío Pepe la yesca después de dar veinte golpes al pedernal con el eslabón, y cuando comenzaron á fumar, sin otros preámbulos le metió el puño por el vientre al mozo de Entralgo y exclamó riendo: ¡ por ella cuando quieras, pillo! Quino agradeció la caricia tanto como la gentil respuesta.

Aún veo vuestros ojos brillantes de dicha, aún veo vuestros labios de coral plegados por una sonrisa divina. Mis manos infantiles batieron las palmas y grité con toda la fuerza de mi pecho: «¡Vivan los novios! ¡Adiósme dijisteis enviándome un beso. Y partisteis. ¡Ay, pluguiera al cielo que no dierais un paso más!

Las ciudades del norte y del oriente de España te enviaron sus mas hermosas cautivas y espléndidos tesoros; Santiago de Compostela te mandó enormes campanas que sirvieron de lámparas para tus mezquitas; el Africa coronó tus sienes con las mejores palmas del Desierto. Fuiste la reina de las naciones, fuiste la luz del mundo.