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El licor parecía repeler cierta torpeza mental que se reflejaba en la lentitud de sus palabras, dando nueva luz á sus ojos y mayor soltura á su lengua. Dejó de hablar en francés para preguntar en español: ¿De dónde es usted? He conocido por su acento que es americano... americano del Sur. ¿De Buenos Aires tal vez?...

Y en el friso del ventanal se leían estas palabras del evangelio de San Mateo, escritas con caracteres góticos: Y les dice: Escrito está. Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros cueva de ladrones la habéis hecho.

¡Oh Dios mío! ¡Dios mío! dijo Dolly con voz apesarada, como si recibiera malas noticias sobre el estado de un enfermo. Después permaneció un rato silenciosa, y por último prosiguió: Hay gentes instruidas que quizás saben el fondo de todo esto. El pastor lo sabes estoy cierta; pero se necesitan grandes palabras para decir estas cosas, palabras que las gentes humildes no son capaces de comprender.

¡Con qué interés ardiente recogía todas las palabras que se cambiaban entre aquellos maldicientes! Y a medida que iban poniéndole en claro el suceso y que iban acumulando pormenores, entreverando frases burlonas y reticencias de efecto cómico, su corazón se apretaba, se apretaba poco a poco, como si todos ellos lo fuesen oprimiendo entre sus manos, uno después de otro, para hacerle daño.

El tío Ventolera, por no ser menos, narraba historias de piratas y de valerosos marineros de Ibiza, apoyándolas con el testimonio de su padre, que había sido paje en el jabeque del capitán Riquer, asaltando detrás de este héroe la fragata Felicidad, del temible corsario «el Papa». Entusiasmado por los recuerdos heroicos, canturreaba con su voz trémula las coplas con que la marinería ibicenca había celebrado el triunfo; coplas en castellano, para mayor solemnidad, y cuyas palabras desfiguraba el tío Ventolera.

24 Y los criados de Saúl le dieron la respuesta diciendo: Tales palabras ha dicho David. 25 Y Saúl dijo: Decid así a David: No está el contentamiento del rey en la dote, sino en cien prepucios de filisteos, para que sea tomada venganza de los enemigos del rey. Mas Saúl pensaba echar a David en manos de los filisteos.

Eran tantas, que abrumaban su pensamiento. Pero Alicia, como si temiese sus palabras, se le adelantó, hablando á su vez con acento monótono y triste. Venía á este templo algunas tardes porque experimentaba de pronto la necesidad de abandonar Villa-Rosa y sus terribles recuerdos. ¡Ay, la llegada del telegrama!... Ahora soy creyente dijo con sencillez.

Y en cuanto a sus peroraciones frecuentes, ¡vayan ustedes a conocer que aquellas palabras culminantes de su oratoria, que son su delicia, las escribe con q!

que eres rico, por lo que veo. La contestación del marqués fué una sonrisa enigmática. Luego, estas palabras parecieron despertar su tristeza. Háblame de tu vida continuó Robledo . has recibido noticias mías; yo, en cambio, he sabido muy poco de ti.

Despiértanse entonces sus recelos en el más alto grado: su sombrío silencio y su mal humor asustan á su esposa y á todos sus amigos; en todas las palabras que oye, y en los sucesos más comunes, cree observar pruebas que corroboren sus sospechas.