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Muchos se lamentaban de que el gobierno retardase veinte días la admisión de voluntarios, hasta que hubiesen terminado las operaciones de la movilización. ¡Y él, que había nacido francés, dudaba horas antes de su país!... De día, la corriente popular le llevaba á la estación del Este. Una masa humana se aglomeraba contra la verja, desbordándose en tentáculos por las calles inmediatas.

Esta obra poco conocida, y bastante rara , contiene anecdotas curiosas, y algunas noticias interesantes sobre la historia del pais.

Era que la masa, por instinto, adivinaba en ellos la barrera opuesta á toda tentativa de avance. Estancando la vida del país, cortaban el paso á los de abajo.

Sólo así se explica que en el país y entre la gente donde se escribió el Quijote se hayan escrito tan pocas novelas y de tan corto valer durante cerca de dos siglos, y que de algunos años a esta parte se escriban muchas novelas, no siendo inferiores algunas de ellas a las escritas en otros países donde florece género tan popular de literatura.

Además, vivieron mucho tiempo concentrados en las costas, dejando el resto del país a los salvajes, avanzando lentamente, con paso seguro, hasta que, casi en nuestra época, de un solo golpe se desbordaron por la enorme extensión, decididos a acabar con el indio, refractario a la cultura; y el indio acabó... España, desde el primer momento quiso verlo todo, explorarlo todo.

De esta conformidad y con indecibles trabajos siguieron las tropas por un pais enemigo, no solo desproveido, sino tambien del todo despoblado. Al tránsito por la Ventilla, en las inmediaciones del pueblo de Pucara, los infelices vecinos de Puno que venian á pié, tomaron el camino recto para Ayabirí.

Pero si no sabemos gobernarnos nosotros mismos, ¿cómo hemos de gobernar al país? replicaba el inglés descargando golpes con la regla sobre el pupitre; lo que yo siento, es que aquí vamos a pagar justos por pecadores. En la calle el rumor de vehículos y transeuntes ensordecía; los muchachos pregonaban a grito herido los periódicos de la tarde.

El Padre de los Maestros acababa de llamarle para saber si tenía siempre lista la máquina que había servido para dar inyecciones soporíferas al Hombre-Montaña la noche que llegó al país.

No acudir a la tertulia como hasta allí había acudido, e irse del lugar o a Filipinas o a otro país cualquiera, apenas doña Luz casada, parecíale al padre mísera flaqueza y confesión pública de su pasión criminal. Imaginaba que, retrayéndose de todo o fugándose, iba a dar escándalo, iba a hacer creer lo que hasta allí nadie tal vez había creído.

No olvide que este es el país de la Verdadera Revolución. Todavía pudo hacer Edwin nuevas observaciones.